Desde hace cinco años, la inseguridad en La Laguna no ha parado de crecer. Cuando creemos que hemos tocado fondo, la realidad y las estadísticas nos demuestran que, mientras no existan diagnósticos acertados y estrategias adecuadas, siempre se puede estar peor. Hoy, una buena parte de la población de esta región vive -o sobrevive- temerosa de ser víctima de forma directa o indirecta de la delincuencia.
El gran punto de quiebre de la inseguridad en la región es 2007. La cifra de homicidios dolosos es la más radical y elocuente demostración de la descomposición de la seguridad en la Comarca, aunque todos los índices han ido a la alza. De acuerdo con reportes oficiales, en ese año se cometieron 87 asesinatos en la zona conurbada de Torreón, Gómez Palacio y Lerdo, 22 más que los ocurridos en 2006. Desde entonces, la cifra anual no ha dejado de subir. En 2008 se registraron 205 homicidios; en 2009 ocurrieron 460; en 2010 fueron 799; en 2011 mataron a 995 personas, y en 2012, hasta el 13 de julio, los asesinatos alcanzaron la cifra de 594.
El promedio de homicidios en tan sólo cinco años y medio ha pasado de uno cada cuatro días que se presentaba en 2007 a los tres diarios del primer semestre de 2012. En ese mismo lapso (2007-2012) en la zona conurbada de la Comarca Lagunera se han cometido 3 mil 140 asesinatos. El dato es escalofriante, pero lo es más la saña con la que se perpetran esos crímenes.
El discurso oficial tiende a minimizar las estadísticas de la violencia haciendo hincapié en que casi todos esos muertos son criminales. Lo que olvida el discurso oficial -por conveniencia o negligencia- es que muchas de esas personas nada tenían que ver con grupos delincuenciales y fueron víctimas de los mismos por fuego cruzado, secuestro o asalto. Hay decenas de casos consignados en la prensa. Adolescentes, ancianos, mujeres y niños que murieron por tener la mala fortuna de estar en el lugar y momento equivocados.
Pero el discurso oficial también hace a un lado la estela de vulnerabilidad y descomposición que deja toda esta violencia, las causas de la misma y cómo se va reproduciendo en una espiral que parece no tener fin. Pocos se cuestionan cómo es que los criminales, en su mayoría jóvenes, fueron reclutados por los cárteles, las condiciones de vida de sus familias y el ambiente lumpen en el que se desenvuelven. Habrá casos -imposible negarlo- de personas que voluntaria y conscientemente se convirtieron en delincuentes. Pero también los hay de quienes, por vivir en un entorno familiar descompuesto y violento -que solemos ignorar- y dentro de colonias donde el Estado ha claudicado y ha sido sustituido por el hampa, no tuvieron más opción que enrolarse en una actividad que terminará por destruir sus vidas. Hay en esos lugares marginados un caldo de cultivo, un ejército de reserva del crimen. Esa es la otra cara de esta tragedia que no nos gusta ver.
Ante la falta de capacidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno de hacer frente a este complejo fenómeno, la desconfianza y el desánimo se han convertido en los sentimientos más comunes de los laguneros que pueden ganarse el sustento de forma honrada. Los que tienen posibilidad, se van. Los que no, se quedan y se encierran en su entorno más próximo con la única esperanza de ser "invisibles" ante los criminales. Así tratan de seguir con sus vidas dentro de la mayor "normalidad" posible. Y en este contexto, sobran lamentos pero faltan acciones.
Movidos sobre todo por la voluntad, algunos ciudadanos se organizan en asociaciones para intentar mejorar el entorno urbano y las condiciones de vida en la región. Desgraciadamente hasta hoy estos esfuerzos son excepciones y, por lo tanto, insuficientes para alcanzar el anhelado objetivo de devolver la tranquilidad y prosperidad a la Comarca. Pero esto no demerita su valioso empeño. Quizá sin ellos el problema sería más grave de lo que ya de por sí es. A partir de este esfuerzo se puede construir un edificio.
Estoy de acuerdo que la seguridad es un asunto que es responsabilidad de todos. Pero hay niveles de responsabilidad, en donde las autoridades con mandato popular tienen el más alto. Su posición privilegiada en la escala sociopolítica y la disposición de recursos públicos los obliga a actuar con probidad, voluntad, eficiencia e inteligencia. Sólo así se pueden construir los liderazgos necesarios que aglutinen todos los esfuerzos. Sólo así puede ganarse la confianza ciudadana. Desgraciadamente hasta ahora, ninguna autoridad en La Laguna ha desplegado esos atributos. Y uno tras otro hemos visto cómo los operativos supuestamente coordinados fallan, por más rimbombante que sea su nombre.
Pero la ciudadanía también tiene su parte de responsabilidad en todo esto. A fin de cuentas, si las autoridades siguen siendo omisas, negligentes o corruptas, es porque esa ciudadanía no ha hecho lo suficiente para ponerles un alto y obligarlas a actuar de acuerdo a las necesidades de quienes los eligieron. A estas alturas, el voto no basta, tampoco la indignación ni repetir hasta el cansancio que los "buenos somos más", sin mover un dedo para cambiar las cosas.
Como lo he venido diciendo en distintos foros, la solución al grave problema de la inseguridad en la región debe abarcar dos frentes, dos momentos. Primero, en lo inmediato, las autoridades deben establecer una estrategia eficiente de contención de la violencia, dejar a un lado la desconfianza y los celos jurisdiccionales y protegerse así mismos y a la sociedad. No es posible que luego de cada evento violento nunca o casi nunca haya detenidos. Claro que para alcanzar este primer paso es necesario antes trabajar al interior de las instituciones en la depuración, capacitación y, en general, la mejora de las condiciones laborales de los agentes. Situaciones como las de la "policía metropolitana" son inconcebibles.
En segundo lugar, a mediano y largo plazo, una vez recobrada la confianza de los ciudadanos en sus autoridades, se debe trabajar en recuperar esos espacios en donde la delincuencia ha sentado sus reales y de donde adquiere su fortaleza para continuar operando. Aquí es donde la participación de la sociedad se vuelve esencial. El Estado, como entramado multiinstitucional garante de la estabilidad social, debe volver a hacer presencia en esos sectores marginados a través del encauzamiento de todos los esfuerzos de autoridades y organizaciones que quizá hoy trabajan sin conexión alguna. De ahí para adelante, el ejemplo funcionaría como imán de voluntades.
Por supuesto que no estoy descubriendo el hilo negro. Estas estrategias se han aplicado en otros lugares. Palermo y Medellín son los ejemplos más citados. La cuestión es que aquí ni siquiera hemos podido dar el primer paso, que es el de la coordinación, a la par de que seguimos creyendo que la inseguridad sólo se ataca con balas sin atender los factores que la alimentan. Como sociedad debemos empujar para dar estos pasos. No podemos dejar que el desánimo se convierta en el patrón moral de nuestra existencia como región.
Hoy que resuena la pregunta ¿hay alguna esperanza para La Laguna?, la única respuesta que encuentro es que depende de nosotros construirla.
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