M E daba vueltas en la cabeza la idea de que las bicicletas habían pasado de moda, a una mejor vida, al ver a osados ciclistas circular durante las horas del día por las calles de nuestra ciudad con gran pericia no exenta de riesgos dada la gran cantidad de coches que circulan de aquí para allá y a la inversa, donde se juegan el pellejo los ciclistas que transitan al lado de los vehículos de motor que milagrosamente los rebasan sin causarles el menor daño.
Montados en endebles vehículo de dos ruedas los trabajadores de la construcción y los jardineros atraviesan cruceros citadinos con vista de linces, volteretas, cabriolas y piruetas circenses, sorprendiendo gratamente que lleguen ilesos a su destino. Recordé una película italiana vista en mis años de adolescencia llamada Ladrón de bicicletas; considerada como emblemática del neorrealismo itálico. En 1970 fue votada dentro de las 10 mejores películas de la historia del cine mundial. Pasados los años leí la novela, que a pesar de tener un parangón con el filme, consideré mejor el drama filmado.
La historia ocurre en la posguerra, cuando el trabajo escasea, en la que un desocupado encuentra trabajo pegando carteles, se le exige tenga una bicicleta que le es robada mientras hace su labor. Persigue al ladrón que logra escapar. Pide intervenga la policía, que no le ayuda. Desesperado acude a un vidente que le dice sibilinamente o la encuentras ahora o no la encontraras jamás. Luego busca en donde tradicionalmente van a parar los objetos robados, inútil búsqueda en virtud de que seguramente ha sido desmontada. El hijo que lo ha acompañado habla con un carabiniere que le explica que sin testigos del robo no se puede hacer nada. A punto de subir a un autobús el padre se percata de que hay una bicicleta cuyo dueño no parece cuidarla, en arrebato intenta robarla, pero una muchedumbre se lo impide atrapándolo. Su hijo evita con su llanto que sea llevado a la cárcel. Una tragedia dirigida por Vittorio de Sica en el año de 1948. Es el drama del pobre que puede ser robado, pero es perseguido fieramente si él quiere hacer lo mismo.
La bicicleta de principios del siglo XX era incómoda, había que subir por una escalerilla para que el argonauta trepara al sillín ubicado en la parte alta del vehículo. Se decía entonces que "de las modas que nos llegan de París y New York hay una sin igual que nos llama la atención son las bicicletas, por ellas han olvidado el sombrero y el bastón. Por eso un catrín, en la calle sucedió, un bicicletista torpe una vieja atropelló. Viene y le pregunta: ¿señora qué le pasó? la señora le responde: el demonio me tumbó. Las bicicletas niña hermosa son las que andan por ahí. Ellas corren muy veloz, igual que el ferrocarril. Vámonos a la alameda a pasearnos por ahí y ahí compartiremos con muchísimo placer. Por allá se ve venir una chica, sí señor, que maneja la chimistreta". En el sglo XIX la bicicleta llegó a México. Se le dedicó una polka que fue el gran éxito musical de 1896 convirtiéndose en un emblema sonoro del porfiriato. Es una polka, irónicamente con posterioridad se asoció con la Revolución de 1910.
Las bicicletas niña hermosa son las que andan por ahí, son las que andan por allá. Todo esto a propósito de una nota que leí en este periódico sobre que en el afrancesado Paseo de Reforma se están robando estos velocípedos, sobre los que hemos visto con casco, guantes y zapatos adhoc al gobernador de la capital Marcelo Ebrard, quien sabemos se bajó de la bici para darle paso a Andrés Manuel López Obrador. Todos los niños alguna vez en su infancia han sentido el vértigo conduciendo una bicicleta. Los políticos no son diferentes. Todo aquello que hacen lo hacen en función de un cometido. Veamos, si homologamos la dos ruedas con la carrera hacia la Presidencia es del conocimiento público que se mareó la primera vez que se subió en su biciclo y fue a morder el polvo. No se ha dado por vencido y aunque la bicicleta no tenga pedales él se va a subir de nuevo. A la bicicleta la ha bautizado con el nombre de rayito de esperanza. A Josefina Vázquez Mota no logro visualizarla encima de una bicicleta, más bien arriba de un tractor al que bautizaría como la viuda alegre. Y a Enrique Peña Nieto lo veo subirse a una bicicleta estacionaria, por aquello de que no le gusta despeinarse, a la que bautizaría como el muñequito. Espera no caerse, pues no está acostumbrado a los raspones.