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Las cosas que importan y las que… nos importan más (I)

A la ciudadanía

MANUEL VALENCIA CASTRO

En una reunión en donde nos encontrábamos un grupo de personas de diferentes partes del país, desde Baja California hasta Mérida, se buscaba resolver un ejercicio que consistía nada menos que proponer soluciones o acciones a los grandes problemas ecológicos que se habían resaltado en la Cumbre de Río+20.

Desde luego, los problemas casi insolubles que ya hemos mencionado en innumerables foros, como el del agua, la destrucción de ecosistemas, la pérdida de biodiversidad, el calentamiento global, el cambio climático, entre otros, formaban parte del cuestionamiento. En situaciones como ésta, se produce una inevitable catarsis provocada no sólo por la gran cantidad de temas, sino por la profundidad que cada uno exigía se tomara en cuenta y por la gran gama de ecosistemas presentes que incluían a casi la totalidad de la geografía del país. Resultaba difícil conciliar tal diversidad.

En un momento de gran participación de los presentes, se paró una menudita española que es Doctora en Ecología y con una autoridad que no es proporcional a su estatura, dijo más o menos lo siguiente: "a ver, les propongo que hagamos un ejercicio muy breve que a mí me ha dado buen resultado en situaciones como ésta, levanten la mano en señal de afirmación a las siguientes preguntas: quien usa celular, todos, quien usa una computadora, todos, quien posee más de un televisor, todos, quien usa automóvil para transportarse, todos, quien recicla y reutiliza, unos pocos, quien viaja en avión y/o en camión, todos, bueno dice, como pueden ver los problemas se encuentran en cada uno de nosotros y la solución también. Calculen su huella ecológica y se van a sorprender." La reunión continuó casi como estaba al principio.

No estoy seguro si nos cayó el veinte en ese momento, pero después de rumiar un poco el asunto entiendo mi coincidencia definitiva con Sandra, aunque también debo decirlo, me surgen algunas dudas. Tomo al azar una de varias, como hilo conductor para analizar una postura que no es muy popular y que se justifica en la premisa de que "podemos vivir bien" sin el consumismo desenfrenado que se presenta principalmente de la clase media para arriba, aunque nadie se escapa del deseo de comprar y comprar. La pregunta es la siguiente: ¿se puede vivir de otra manera, sin destruir la Tierra?

Para contestar esta pregunta revisé el libro de Andrew Simms y Joe Smith (editores) que se intitula "Disfruta la vida sin cargarte el planeta. Claves para vivir bien en tiempos de crisis." En este libro, los autores rebasan el sólo interés ambiental para enfocarse a la infelicidad de nuestras vidas actuales, que se basan en el "despilfarro, el sobreconsumo de energías fósiles, un sistema que condena a la pobreza a millones de personas, y unos ideales puramente publicitarios que no generan sino insatisfacción permanente."

Simms y Smith hacen coincidir a dos pensadores que por lo general se tratan como el agua y el aceite. Me refiero a dos pensadores económicos de los siglos XVIII y XIX Adam Smith y Carlos Marx, los cuales según los autores, coincidieron en lo sustantivo del fracaso del sistema económico desde el advenimiento de la economía moderna.

Adam Smith se "burló de los amantes del lujo que andan cargados de cosas… algunos de los cuales quizá sirvan alguna vez para algo, pero todos son perfectamente prescindibles en todo momento, pues, sin duda, su utilidad en conjunto no compensa la fatiga de acarrearlos."

Carlos Marx, "puso en evidencia la insatisfacción humana que al parecer alimentaba la espiral de demanda de cosas y palacios ya que: una casa puede ser grande o pequeña; mientras las casas vecinas sean igual de pequeñas, satisfará todos los requisitos sociales de una vivienda. Pero, si se levanta un palacio junto a una casa pequeña, ésta se encogería hasta el tamaño de una choza."

Para adelantarle un poco más a la respuesta de la pregunta hecha, cito un concepto que explica la continuidad en el deseo de adquirir cosas, me refiero a la trampa hedonista de Thorstein Veblen, quien comenta que el deseo de comprar más se debe a que creemos que la próxima compra será perfecta y nos situará por fin en un estado de felicidad perpetua."

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