Lecturas
Si piensas que la sabiduría es cara prueba la ignorancia y verás.
Titubea, duda, confunde títulos y autores, no es capaz de nombrar tres libros que lo hayan marcado, pero después de frotar la lamparita responde al fin: “La... la... laaaa ¡la Biblia! Aunque no toda”, precisa. Es así como el candidato más fotogénico y televisivo, desbarranca hasta la mofa y el escarnio; porque los mexicanos somos así, buenos para el canibalismo urbano. Y como del árbol caído todo el mundo hace leña, hasta los chiquillos andan haciendo chistoretes a cargo del desleído Peña Nieto. Y sin embargo no debería sorprendernos la indigencia intelectual del candidato de un partido que cuenta entre sus miembros destacados a Marín, a Montiel y a los Moreira.
Desde el malhadado tropezón de Peña Nieto, cada vez que escucho a un burlón, revierto la pregunta que el candidato no pudo contestar: y a ti, ¿cuáles son los tres libros que te han marcado? Las respuestas que he conseguido hasta ahora tampoco están como para presumir: “¿Yoooo? Bueno, yo... pues sí, libros, ahh, pues no, así de momento no podría nombrarlos”, responden algunos. Y no ha faltado quien sin el menor pudor me responda que nunca ha leído un libro. ¿Ni El libro vaquero? ¿Ni Lágrimas y risas? Nada, afirma contundente un exitoso industrial. Merece mención especial la respuesta de mi amiga Bagatela: “Ay querida, hace ya algún tiempo que superé la etapa de los libros, pero por lo visto tú no”.
Y así anduve por ahí de preguntona, hasta que de pronto se me ocurrió hacerme la pregunta a mí misma. Mi misma -me dije- menciona tres libros que te hayan marcado. Y pues sí, pero no. No puedo elegir tres como nunca he podido responder cuál sería el libro que me llevaría a una isla desierta. La sola idea de limitarme a uno me provoca ansiedad.
Pero vamos por partes: cada lectura tiene su momento. En una casa de poquísimos libros como fue la mía, para empezar tuve que conformarme con las tiras cómicas del periódico Novedades que recibían mis padres en casa. Los seis tomos de El libro de oro de los niños que algún Día de Reyes aparecieron junto a mi zapato, con sus secciones de chistes, de juegos, de adivinanzas, de cine para leer, fueron para mí una epifanía aunque en aquél momento ignoraba lo que significaba epifanía.
En la adolescencia no me perdí ninguna de las novelas rosas de Corín Tellado que circulaban clandestinamente entre mis compañeras de colegio, y que me hicieron soñar con que el amor de mi vida sería un guapo leñador. Un profesor loco que debía darnos clase de contabilidad, nos introdujo en la Ilíada y la Odisea. Para mis 18 años lo que se llevaba era el existencialismo, y aunque no sabía lo que eso significaba, me puse un cuello de tortuga negro y leí Demian y El lobo estepario... No entendí nada, pero mencionar a Herman Hesse ante mis amigos me daba cierto prestigio intelectual.
Ya encarrerada en la lectura, leía cualquier cosa que cayera en mis manos y me permitiera husmear en otros mundos, en otras vidas, y escaparme de una realidad que me oprimía. El Querubín no era leñador pero de todos modos me casé con él, y cuando los tres y seis meses que ahora ofrecen las tarjetas de crédito se llamaban abonos, en abonos nos hicimos de una suntuosa colección de Editorial Aguilar con los clásicos rusos, franceses e ingleses. Descubrí a Tolstoi, a Maupassant, a Oscar Wilde. Los platos sucios se apilaron en el fregadero y la cama conyugal quedó como una perrera mientras yo leía Ana Karenina y Madame Bovary. De alguna manera que no recuerdo, cayó en mis manos Rayuela de Julio Cortázar... y después de Rayuela ya nada fue igual.
¿Yooo? ¿Tres libros que me hayan marcado? Imposible, tal vez el que estoy leyendo ahora. Y usted, pacientísimo lector, ¿recuerda cuáles fueron sus tres libros?
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