H Ay cierto fastidio que está cundiendo en un buen número de ciudadanos acerca del proceso electoral que apenas hace un mes se liberó.
Este fastidio, una especie de anticlímax después del silencio de 45 días determinado por el Cofipe, llega hasta el grado de apagar el interés en las campañas. Se habla, como hace seis años, de anulación o abstención del voto el primero de julio.
Ninguna explicación puede superar, empero, la simple realidad de que las vidas de la mayoría de nosotros mexicanos estarán fuertemente influidas por el resultado de dicha jornada.
El sordo fenómeno está, sin embargo, ahí contradiciendo la obvia importancia de elegir mediante el mecanismo electoral que durante tantos años pedimos que se instaurara con un padrón verídico, contabilidad exacta y blindaje contra los abusos, atracos y fraudes. Las generaciones que por primera o segunda vez ahora votarán podrán no entender la magnitud del evento. Podríamos entenderles una falta de aprecio a la importancia de cuidar la democracia.
Pero que la población de más edad sea la que dé muestras de indiferencia y desaliento y se refugie en un agrio desinterés resulta incongruente. Son ellos a los que más consta la trascendencia de las elecciones presidenciales y las que integren el Congreso.
Es cierto que en esta contienda no todos los actores vibran con la personalidad espectacular que tuvieron algunos candidatos en el pasado. Entre la medrosa cautela con que se están conduciendo unos candidatos y lo exageradamente restringido de las reglas que los ciñen, el ciudadano siente que se borran los contornos de las propuestas en una masa de posiciones similares.
Ante la necesidad de hacerse oír por encima de las tácticas y preferencias de los medios, las redes ciudadanas, poderosa novedad, se llenan de millones de mensajes y opiniones individuales.
Este traslado a las catacumbas de la comunicación es indicativo. Las redes sirven para difundir elogios o ataques, o para llevar la contabilidad de los actores. En lo críptico encuentran su fuerza. Esa constelación de innúmeros envíos coincidentes e instantáneos hizo posible movilizar a cientos de miles de ciudadanos en las "primaveras" democráticas del norte de África o las manifestaciones que ahora están estallando en las inconformes ciudades europeas.
Las redes sociales han sustituido a la histórica acción de las asociaciones cívicas que antes propagaban tesis y posicionamientos políticos, reflejos de firmes posiciones ideológicas. Hoy el incesante intercambio de textos breves, necesariamente someros, restringidos en su redacción, sin posibilidad de extensión conceptual, sustituyen la reflexión indispensable para alimentar un criterio macizo del elector.
Pese a este peligro, serán las redes sociales extendidas cada vez más por todo México las que sustituyan las grandes concentraciones en plazas y estadios tan tradicionales en nuestra cultura. Los multitudinarios acarreos de personas están por terminarse. Una muy gradual elevación de la cultura política está pasando del populismo a la consideración racional abocando más en las reuniones de ciudadanos interesados en el fenómeno político y que a ellas llegan por su propia decisión y no por paga.
Sin embargo, la inmensa mayoría de la ciudadanía no asiste a las reuniones que realizan los candidatos para procurar contacto con el público. Si los mítines de viejo cuño son sólo, por su necesaria característica oratoria, una ventana muy pequeña para conocer de cerca la personalidad de los contendientes, y si los mensajes instantáneos por las redes se limitan a meras reacciones, entonces resulta clara la utilidad de los debates como instrumentos para conocer mejor a los candidatos.
En los dos debates que están programados, extremadamente acotados, seccionados en tramos de brevísimos segundos, los aspirantes presidenciales tendrán que aguzar al máximo su ingenio para transmitir sus ideas y una imagen equilibrada de sus personalidades.
Pese a esta gran dificultad, los debates en puerta serán una importante oportunidad para aquilatar en lo que se pueda, en esas breves instantáneas, las intenciones de gobierno y más que nada, la ideología que respalda a cada candidato y el talento que tiene para inspirar confianza en su capacidad personal para lograrlo.
No es aceptable que los defectos del prolongado proceso electoral de 2012 con su extraña interrupción de propagandas, la debilidad del IFE, los mal disfrazados apoyos mediáticos, las retorcidas designaciones de candidatos, los astronómicos costos de campaña y el confuso intercambio entre los candidatos, oscurezcan o incluso bloqueen el interés ciudadano rindiéndolo a una irresponsable sensación de fastidio. Ello lo bloquea a atender lo único que ahora importa tener en cuenta en las pocas semanas de mayo y junio y que es nada menos la determinación de la persona a la que vamos a cargar la pesada y trascendente tarea de guiar al país hacia el progreso nacional.
Pese a este inapropiado escenario, la voluntad y el interés por la patria debe imperar. Aquí veremos nuestro temple.
juliofelipefaesler@yahoo.com