LOS COLABORADORES DE LA I
Palabras al viento...
Por otro lado, era natural que la propia familia se viera envuelta en aquel frecuente cambio de ciudades. Se tenía que alejar de la tierra natal querida, de los demás parientes, amigos, conocidos, y todo lo que representaba el ambiente en que uno y la familia se habían desarrollado hasta entonces, para empezar casi de nuevo, en una población diferente con vecinos nuevos, amigos y clientes distintos. Y la esposa y los hijos también pasaban por la misma situación; hasta que poco a poco se asimilaba el cambio y se acababa por aceptar y disfrutar el nuevo estilo de vida.
Entre tantas cosas que se aprendían en esas circunstancias, hubo una expresión que escuché de un compañero que llevaba muchos años trabajando para esa institución. Cuando alguien le preguntaba no precisamente de qué lugar procedía, sino simplemente: "¿De dónde eres?", contestaba con una sonrisa auténtica diciendo: "YO SOY, DE DONDE ME DEN DE COMER".
Al principio no comprendí bien lo que significaba o quería expresar aquel compañero, hasta que reflexionando en las circunstancias de trabajo que menciono, entendí que tenía muchísima razón, porque cada persona debiera estar orgullosa y agradecida no necesaria ni exclusivamente, del lugar en que Dios dispuso que uno viera la primera luz, sino más que nada, del pueblo, rancho o ciudad donde felizmente se encuentre trabajando la persona, porque allí precisamente está obteniendo el medio de vivir y seguramente también el disfrutar junto con su familia, aun cuando allí no haya nacido. Sus recuerdos deberán ser para su tierra natal, pero su agradecimiento deberá ser para el lugar que lo haya acogido.
Con el tiempo aprendí a darme cuenta de que esos pasajes de la vida, que algunas veces representan temores, frustraciones o desencantos, no son ni la milésima parte de lo que tienen qué pasar muchísimos jóvenes, viejos, niños, hombres y mujeres no sólo mexicanos, sino también hermanos de tantas partes del mundo, que anhelan tener la mínima seguridad de cualquier tipo de trabajo, sólo para sobrevivir.
Imaginen cuáles serán los pensamientos, los sufrimientos y las experiencias por los que tienen que pasar todos los miles de personas que abandonan sus hogares, sus familias y su tierra, no porque van a un lugar completamente seguro y gozando de su salario en aumento, sino porque por carecer de empleo y del más elemental bienestar, se ven obligados a viajar de cualquier modo imaginable con tal de llegar a encontrarse frente al traicionero Río Bravo, y a tratar de resolver el terrible problema de cómo cruzarlo, olvidándose por lo pronto de los peligros naturales que les esperan aún más allá de que lo puedan lograr, sin contar con la implacable ferocidad de los monos vestidos de verde que seguramente ya los están esperando del otro lado. Ojalá, que si no podemos ayudarlos, cuando menos pidamos a Dios por ellos...