Nueva York en los sesenta.
Amor y paz, largas melenas y faldas cortas. Revolución de colores en su máxima expresión. Ecos de guerras pasadas mezclados con nuevos conflictos. Muros dividiendo países. Nacimiento de himnos que todavía resuenan. Un profundo anhelo de libertad y, más aún, de algo que hoy resulta cotidiano: poder decidir sobre la propia vida. Así podría resumirse muy someramente el entorno de los fabulosos años sesenta, una década que transformó más que ninguna otra la percepción del mundo.
Hoy estamos informados en tiempo real del acontecer en la mayor parte del orbe; a través de los medios y la red de logros, sucesos políticos y sociales, catástrofes. Atestiguamos cómo la humanidad va incrementando su historia, y por ello sabemos que cada etapa trae consigo una serie de cambios memorables. Sin embargo, aun con los avances que hemos observado recientemente en los distintos ámbitos, nuestros tiempos se ven lejos de adquirir la trascendencia que alcanzó una década que sacudió al planeta desde su centro: los años sesenta, etapa que algunos consideran comparable sólo al Renacimiento, o que incluso lo rebasa al abarcar sucesos de índole mundial, mientras que aquél sólo concernió a Europa.
Política, moda, arte, relaciones, victorias científicas y otros muchos rubros se vieron afectados de uno u otro modo por la marejada de transformaciones suscitada en esa década que continúa siendo el eje de la vida moderna.
LA CONVULSIÓN DEL MUNDO
A nuestra época se le ha llamado ‘de cambios’, pero los especialistas indican que en realidad todo lo que enfrentamos en la actualidad comenzó a fraguarse en los sesenta.
El decenio estuvo signado por diversos conflictos sociopolíticos, y para ello fue determinante que un considerable porcentaje de la población joven pertenecía al llamado baby boom, un fenómeno de aumento en el índice de natalidad que se presentó en Occidente al terminar la Segunda Guerra Mundial, y resultó decisivo para el carácter protagónico que cobraron los jóvenes en los sesenta.
La sociedad luchaba por salir de un periodo profundamente depresivo, y la juventud en particular estaba cansada de seguir órdenes. Se estima que en ese punto los jóvenes adquirieron conciencia de su poder de participación política, de no dejarse manipular como ‘carne de cañón’ sino intervenir expresando su postura e ideología. Estos jóvenes venían de hogares afectados por la citada guerra. El planeta en general sufría los estragos de ese conflicto, que hacía mella no sólo en la economía sino también en el ánimo de la humanidad.
Fue en ese contexto que la juventud occidental se mostró decidida a no continuar sometida al yugo de unos cuantos, en este caso los distintos gobiernos. No sólo los norteamericanos protestaron ante la presión para intervenir en la guerra de Vietnam (a la que Estados Unidos se sumó en el 64), la sociedad en general repudió tal batalla por estar harta de vivir en un entorno de violencia, que con antecedentes como las bombas en Hiroshima y Nagasaki o la masacre del pueblo judío, habían rebasado lo impensable en niveles de brutalidad.
El mundo vivía asimismo bajo la sombra de la Guerra Fría, que en este periodo atravesó algunos de sus puntos más controversiales con acontecimientos como la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, en 1961 (fallida acción contra la revolución comandada por Fidel Castro, perpetrada por cubanos entrenados en Estados Unidos). Cuba fue igualmente el escenario de la ‘crisis de los misiles’ que se presentó cuando en el 62 el gobierno de John F. Kennedy descubrió que la isla albergaba instalaciones para misiles nucleares de la Unión Soviética, poniendo en posición vulnerable a la Unión Americana.
La Guerra Fría fue también el escenario en el cual se edificó en 1961 el célebre Muro de Berlín, que se construyó la noche del 12 de agosto y dividió Alemania por 28 años. Además, entre el 60 y el 68 la humanidad atestiguó la descolonización de 32 países en el continente africano, así como de Jamaica en las Antillas, Samoa en la Polinesia, Barbados en el Mar Caribe y Guyana en Sudamérica. Casi todo el decenio las fuerzas armadas de Portugal se vieron envueltas en un conflicto con sus colonias en Mozambique, Angola y Guinea-Bissau, el cual culminaría con la independencia de esos sitios.
Al mismo tiempo, y paralelo a sus tensiones militares, Estados Unidos era escenario del trascendental movimiento por los derechos civiles encabezado por gente como Martin Luther King, teniendo como objetivo principal terminar con la segregación racial. Poco a poco fue más común ver a las razas conviviendo en las calles, pero la exclusión continuó siendo cotidiana aun después de que en el 64 se promulgara la Ley de Derechos Civiles que prohibía la discriminación.
A finales de los sesenta inició el conflicto en Irlanda del Norte, que se prolongaría hasta finales de los noventa. En Israel se suscitó la ‘guerra de los seis días’ y el gobierno de Brasil tuvo un golpe de estado. Nigeria enfrentó una guerra civil del 67 al 70, y Libia vivió en el 69 la ‘revolución del 1 de septiembre’, que pondría al frente del país al recientemente asesinado Muammar al-Gadafi.
Oriente tampoco estuvo exento de las fuertes sacudidas ideológicas, pues a mediados de la década China experimentó la ‘gran revolución cultural’ liderada por Mao Tse-Tung, y que tuvo como fin primordial fortalecer el socialismo y desaparecer del sistema cualquier conducta que fuera considerada burguesa o distintiva del capitalismo.
En medio de todo ese revuelo, los jóvenes cuestionaban cada vez más su rol en la sociedad. Hasta entonces lo usual era que se les dijera qué hacer, cuándo y cómo hacerlo. El control que ejercía sobre ellos el núcleo al que pertenecían (familia, ciudad, país) era más que firme. Pero al constatar la inestabilidad y los frutos de las decisiones de quienes detentaban el poder, comenzaron a rebelarse cada vez más ante el estrecho papel que se les tenía asignado, y a tomar acciones para decidir su presente y su futuro.
“Queremos al mundo y lo queremos ahora”
Con ese ‘caldo de cultivo’ como base, diversos movimientos juveniles tomaron forma y protestaron con voz muy alta. Destacarían en particular los sucesos del 68, empezando por el ‘Mayo francés’, encabezado por los universitarios que no veían un futuro posible con la dañada economía de su país, evidente en la escasez de empleos y los bajos salarios. Los jóvenes se solidarizaron asimismo con los argelinos, que luchaban por independizarse de Francia y eran reprimidos con violencia. Y protestaban contra la guerra en Vietnam. Pronto fueron respaldados por los obreros galos, que además de unirse a las manifestaciones organizaron huelgas en protesta por las condiciones de explotación en las que laboraban. El conflicto alcanzó su clímax en una huelga general que sumó a prácticamente todo el sector industrial y de servicios.
El 68 fue también el marco de la ‘primavera de Praga’, movimiento que tuvo una fuerte participación juvenil y pretendía desprender a Checoslovaquia del bloque comunista, pero culminó con una violenta invasión por parte de la URSS.
Pese a las represiones, la juventud en pleno se movilizaba. No sólo los franceses se pronunciaban en contra de Vietnam, también hubo ecos en Londres, Italia y Alemania. En sitios donde imperaba el régimen comunista como Yugoslavia y Polonia, clamaban por la libertad de expresión. En Argentina la llegada del 69 trajo consigo numerosos actos de protesta, comandados por estudiantes y asociaciones de izquierda, y secundados por la población, en el llamado ‘Cordobazo’. Desde luego, también en México hubo movimientos, aunque de ello hablaremos más adelante.
Con victorias y sin ellas, los jóvenes dejaron muy en claro que tenían una voz, sabían cómo emplearla y poseían el poder que les daban la unión y la solidaridad. Sabiéndolo, se mostraron dispuestos a todo con tal obtener su meta: un futuro libre, sin guerras ni imposiciones. Un futuro propio...
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