"Desprecio un mundo que no siente que la música es una revelación más alta que toda la
Sabiduría y la filosofía."
Ludwig van Beethoven
AVOS, Suiza.- No soy un hombre de iglesias, pero este miércoles por la noche me metí en una iglesia en una pequeña calle de este poblado alpino suizo. La arquitectura y los interiores austeros contrastaban con el ornato de los templos católicos de México.
Una veintena de personas habíamos acudido a ese lugar para asistir a una "cena" de reflexión: "Música del barroco a la era digital". De la cena no vale la pena escribir: se sirvieron simplemente unos sándwiches y canapés. Las presentaciones fueron suficientes para hacerme cambiar la forma en que veía la historia de la música.
El profesor Tobías Schabenberger y el decano de la Academia de Música de Basilea presentaron, apoyados por un grupo de intérpretes, una serie de instrumentos de teclado que han cambiado de manera gradual a lo largo de los últimos siglos. Del clavicordio pasamos al clave (clavecín o clavicémbalo, harpsichord en inglés, que tiene un sonido más rico, como de arpa), de ahí al pianoforte (así llamado por permitir la modulación de los sonidos del piano, o suave, al forte), al piano de concierto de la actualidad y a un teclado electrónico, que sólo puedo describir como una iPad grande, para la interpretación de música contemporánea. Un mismo preludio de Johann Sebastian Bach suena radicalmente diferente en cada uno de estos instrumentos.
Lo más sorprendente al escuchar la música interpretada en clavicordio o clave es el bajo volumen. Difícilmente uno de estos instrumentos podría ser escuchado en una moderna sala de conciertos. En los siglos XVII y XVIII, sin embargo, la música se interpretaba en pequeñas salas de los palacios de la nobleza o en iglesias, como la que sirvió de marco a esta presentación. Asistían a las representaciones a lo mucho una treintena de personas. No había, por otra parte, luz eléctrica. Los conciertos se iluminaban en las noches con velas. El silencio de los asistentes debe haber sido total.
En el siglo XVIII había cientos de fabricantes de instrumentos de teclado en Europa. Hoy hay a lo mucho cuatro o cinco en todo el mundo. En los tiempos del barroco cada instrumento tenía características distintas. Los intérpretes viajaban con su propio clavicordio o clavicémbalo. Si debían tocar en un instrumento prestado, debían estar preparados para llevarse sorpresas en el tono, la afinación y las características del sonido. Hoy, en cambio, un piano Steinway es igual en todo el mundo.
Esta certeza le ha generado, sin embargo, una camisa de fuerza a los compositores, particularmente a aquellos que quieren experimentar con nuevos sonidos. Por ellos han explorado los límites de los instrumentos actuales, como el piano, y han desarrollado nuevos instrumentos, como ese teclado en pantalla presentado el miércoles por un joven músico de Basilea. Pareciera que hay en los músicos más jóvenes un afán por recuperar la diversidad de instrumentos del barroco.
Mi experiencia este miércoles en Davos me ha dejado marcado. De repente entiendo más la intensidad del joven Mozart al presentarse en las cortes europeas en el XVIII porque me doy cuenta de las limitaciones de sonido del clave que utilizaba. La sonoridad de la música de Beethoven se vuelve más lógica al conocer el pianoforte que utilizaba a principios del XIX y que constituía una verdadera revolución sobre los instrumentos del barroco. Y me doy cuenta de que la música de piano de Mozart, escrita para un teclado antiguo, poco tiene que ver con lo que escucho en un Steinway hoy en día. La música siempre tiene sorpresas.
TEMAS DE CRISIS
Una cosa ha logrado, me parece, la crisis europea: regresar a Davos a la discusión de los temas básicos de la economía. Productividad, competitividad, igualdad, desempleo crisis recurrentes, son los temas que se escuchan en una mesa tras otra. El Foro Económico Mundial ha vuelto a su razón de ser.
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