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Los kilos y la ansiedad

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Los kilos y la ansiedad

Los kilos y la ansiedad

Roberto Iturriaga

Mucha gente puede identificarse con la frase “ni tengo hambre, es pura gula”. Lo que no todos saben es que tal vez puede tratarse de ansiedad. Si en más de una ocasión se descubre comiendo en automático, sin apetito, probablemente como una forma de controlar sus nervios, este artículo es para usted.

La nutrición es quizá uno de los temas más comentados en todo momento, pues representa un medio de supervivencia y además es un reflejo de nuestras vidas a varios niveles, incluyendo el emocional. Podemos encontrar, por ejemplo, que algunas personas con sobrepeso u obesidad tratan de mejorar su salud haciendo ejercicio, dietas, usando ropa especial o tomando sustancias para controlar su apetito, sin embargo al verse sometidas a una situación que les provoque ansiedad ‘tienen que’ llevarse algo a la boca, ya sea una botana, una bebida o golosina.

Igualmente abundan los individuos que al no tener nada qué hacer, se dirigen a la puerta del refrigerador o la alacena y buscan algo ‘para entretenerse’.

A simple vista esta conducta parece inofensiva. Sin embargo suele ser la manifestación de un tipo de desorden alimenticio causado por la ansiedad que indudablemente puede desembocar en problemas de peso.

¿HAMBRE? PIÉNSELO DOS VECES

Los especialistas definen la ansiedad como un estado donde el ser humano experimenta una sensación de incomodidad constante, debido a una situación en específico. En algunas personas, dicha sensación llega a afectar la manera de comer.

Los expertos cuentan con diversos parámetros para determinar cuándo alguien lidia con malos hábitos y cuándo es la ansiedad quien provoca un desorden alimentario que amerita acciones a nivel nutrimental y psicológico.

Para saber si es nuestro caso, debemos valorar si solemos comer justo después de haber estado sometidos a estrés, o cuando nos sentimos preocupados. Éste es un indicador prácticamente infalible dado que comer es la forma más elemental de sentir placer o satisfacción y por lo tanto puede convertirse en un mecanismo de ‘defensa’ para sentirnos mejor.

Y es que al alimentarnos el cerebro secreta algunas sustancias para señalar o procurar un estado de relajación y de paz, principalmente las llamadas endorfinas, que además mejoran el ánimo (nos ponen felices). De ahí que para muchos comer se convierte en un mecanismo de relajación, lo cual desde luego no es una solución a los problemas. Además, recurrir a los alimentos como ‘tranquilizantes’ sólo acarreará sobrepeso.

‘TRANQUILIZANTES’ QUE ENGORDAN

Existen algunos alimentos que efectivamente nos hacen sentir menos ansiosos debido a sus características nutricionales o lo que psicológicamente representan para nosotros.

El cine de Hollywood y los programas de televisión estadounidenses han contribuido a formar la imagen de la persona deprimida o ansiosa que encuentra la cura para su malestar en un enorme bote con helado. Este modelo ha sido copiado por un significativo número de individuos que llevan grabada en su subconsciente la idea de que el helado es capaz de ponernos felices. Esa creencia es además reforzada por las campañas publicitarias que suelen mostrar a la diversidad de helados como un alimento siempre presente en momentos agradables.

En efecto, el helado por su alto contenido de calorías, sí ayuda a generar sustancias que casi de inmediato mejoran el estado anímico. Sin embargo no debe adoptarse como un ‘remedio mágico’, pues lo cierto es que hablamos de un producto alto en azúcar y grasas, por lo cual se encuentra muy lejos de traer un beneficio a la salud.

Otro alimento asociado al bienestar y a la tranquilidad, y por lo tanto muy buscado en momentos de agitación, es el chocolate. Su dulce sabor y la mercadotecnia que lo rodea nos han llevado a convertirlo en un ‘auxiliar’ para esos ratos de tristeza e insatisfacción que acompañan al cuadro ansioso.

Si el helado, el chocolate y los dulces se consumen ocasionalmente y en cantidades moderadas puede ser una experiencia agradable y además inofensiva. Pero si ingerirlos se vuelve la manera habitual de querer controlar la ansiedad, pondremos en riesgo la salud y veremos reflejados los resultados en nuestro cuerpo en un corto plazo.

EL ERROR DE COMER SIN VER

Los ‘ataques de hambre’ causados por la ansiedad no sólo se presentan al estar solos en casa, con muchas horas libres y la alacena repleta; también pueden llegar cuando estamos acompañados e incluso divirtiéndonos.

Lo vemos a menudo en las salas de cine: espectadores que van haciendo malabares con las charolas desbordadas de todo lo que compraron en la dulcería, como si no fuera posible ver una película sin comer durante las dos horas promedio que tarda la función; lo que es más, muchos vacían el enorme vaso de palomitas y el del refresco sin siquiera percatarse de que lo hicieron.

También es común que en reuniones se coloquen alimentos o botana al centro. En este caso podemos detectar si la ansiedad nos afecta cuando no podemos dejar de estirar la mano a los platones, incluso después de afirmar: “Estoy llenísimo”.

‘Botanear’ en las fiestas o comer un dulce en el cine no representa en sí mismo un riesgo siempre y cuando se realice de forma consciente, con apetito y moderadamente. Si identificamos que nuestro consumo de frituras, canapés y demás es más bien un reflejo, se trata de un claro efecto de la ansiedad.

Cuando se tiene hambre, basta abrir una vez el refrigerador para evaluar qué de su contenido puede satisfacernos, y tomarlo. En cambio, si en un mismo rato acudimos varias veces a examinarlo, debemos identificar esta acción como un indicador de la ansiedad. Una vez que lo hagamos consciente, podremos tomar las medidas necesarias para cuidar nuestra alimentación.

Existe una muy buena cantidad de alternativas alimentarias que pueden auxiliarnos a la hora de hacer frente a los accesos de ansiedad. Por ejemplo, los productos derivados de la soya son una excelente opción para evitar una mala nutrición y obesidad a mediano y largo plazo; algunas marcas manejan chocolates, dulces y golosinas de este tipo -aun así, hay que consumirlos con moderación.

El reemplazo de las comidas altas en azúcares y grasas por platillos más saludables es sólo el paso inicial en el combate a las comilonas por ansiedad. Posteriormente será necesario realizar una reestructuración de la dieta en general, para lo cual se aconseja consultar a un profesional en nutrición y pedirle orientación para diseñar un régimen apropiado a nuestras necesidades, con alimentos de todos los grupos en porciones balanceadas y sobre todo con horarios perfectamente delimitados. Una vez que se ha comenzado a trabajar en los malos hábitos al comer causados por la ansiedad, será necesario atender el origen de esta condición y buscar una solución para ello. Esto, desde luego, debe llevarse a cabo con ayuda de un psicólogo -sin descuidar la asesoría en nuestro menú diario.

El acompañamiento de ambas guías (psicológica y nutrimental) es indispensable para evitar adquirir otras costumbres nocivas de desahogo de ansiedad como fumar, beber o consumir otra clase de sustancias.

Así que ya lo sabe: si los domingos por la tarde se descubre consultando el refrigerador o la despensa como si fueran catálogos, si corre a la ‘maquinita’ de dulces cada vez que aumenta la tensión en la oficina, o si el anfitrión de la fiesta pasa y rellena la bandeja que tiene frente a usted más de una ocasión durante la velada, es tiempo de que pida ayuda profesional, antes de que su salud y su figura empiecen a pasarle la factura.

Correo-e: riturriaga@elsiglodetorreon.com.mx

Fuente: Licenciada en Nutrición Eliana Ortega.

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