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Sergio Sarmiento

Empieza hoy una nueva legislatura: la sexagésima segunda. El hecho no es menor. Atrás han quedado los tiempos en que el Congreso de la Unión era un simple apéndice del presidente y lo más importante del 1 de septiembre era el informe del primer mandatario. Hoy realmente la legislatura se ha convertido en una fuente de poder y en contrapeso del poder ejecutivo. Ése era el propósito de los constituyentes cuando adoptaron el modelo presidencial con división de poderes.

No podemos cerrar los ojos, sin embargo, a la mala reputación que el Congreso tiene en nuestro país. Los diputados y los senadores se cuentan entre los personajes públicos más cuestionados por los ciudadanos. Se encuentran, de hecho, apenas arriba de los policías en la aprobación popular.

En parte esto es consecuencia de una tendencia internacional. Los legisladores son vistos en casi todos los países del mundo como seres oportunistas que sólo buscan enriquecerse en el poder. En México, sin embargo, esta visión ha sido multiplicada por los propios diputados, que no asisten a las sesiones del pleno o de comisiones y que a menudo utilizan la más alta tribuna de la nación para descalificar, insultar o agredir, como ha sido el caso del diputado saliente Gerardo Fernández Noroña y de otros.

La falta de un sistema de reelección de legisladores le ha hecho mucho daño al Congreso de nuestro país. En otras naciones del mundo los miembros del Parlamento deben acudir a los electores cada determinado tiempo para buscar su voto. Esto los obliga a tener un mejor comportamiento y a ofrecer resultados en su trabajo. Los legisladores de otros países se dan cuenta de que les deben su puesto a los ciudadanos y tratan siempre de conservar por lo menos su popularidad.

En México es raro el diputado o senador que busca realmente representar a los ciudadanos. Su interés no radica en impulsar las iniciativas que más ayudarían a los electores sino en quedar bien con los líderes de su partido, que son quienes decidirán cuáles serán sus tareas políticas cuando termine su encargo. Por eso los dirigentes de los partidos, y particularmente del PRI, se han negado a aceptar la reelección de legisladores.

El fin de los tiempos del partido único le ha dado relevancia a la labor del Congreso a pesar de la falta de reelección. El presidente de la república no ha contado con una mayoría de su partido en el legislativo desde 1997. Esto ha provocado una parálisis importante, especialmente en la realización de reformas estructurales. Pero ha generado los equilibrios de poder que los constituyentes buscaron no sólo de 1917 sino desde la Constitución liberal de 1857.

Este 1 de septiembre no será el día del presidente. La LXII Legislatura tomará posesión y empezará su labor política y legislativa. Los poderes que ya tienen los diputados y los senadores son muy considerables. Esperemos que a partir de ahora empiecen a tomarse en serio ellos mismos. No hay nada más triste que ver sesiones de las cámaras se realizan sin la presencia de los legisladores que deberían ser sus protagonistas. Peor aún es darse cuenta de que quienes están ahí votan iniciativas que desconocen y sin la menor atención a la necesidad de construir un país más próspero. Esperemos que en este sentido los diputados y senadores de la sexagésima segunda legislatura sean mejores que sus predecesores.

Twitter: @SergioSarmient4

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