La experiencia nos dice que, en el mejor de los casos, cuando menos una tercera parte de un electorado estará en contra por principio de un candidato, cualquiera que éste sea. Esto es particularmente cierto en un país como México donde una reunión de tres personas puede generar cinco posiciones políticas diferentes. Por eso hay que ser siempre escépticos ante quienes ganan elecciones con votaciones del 80, el 90 o el 99 por ciento, y mucho más ante quienes triunfan con el 100 por ciento. Tales resultados no denotan un gran apoyo sino más bien la falta de una elección justa y legítima.
El que Elba Esther Gordillo y Carlos Romero Deschamps hayan sido reelectos por unanimidad como líderes del SNTE y el STPRM no es prueba de su popularidad sino de la falta de democracia de sus sindicatos. Los continuos desplantes de gasto conspicuo de ambos desnudan, por otra parte, las consecuencias de la falta de transparencia y rendición de cuentas en sus organizaciones. El que tengamos líderes sindicales eternos y ricos, frente a una clase trabajadora empobrecida, no es una casualidad sino producto de una legislación diseñada precisamente para ello.
Nadie que no sea un líder sindical corrupto puede oponerse a que se legislen medidas que obliguen a los sindicatos a tener elecciones internas con sufragio libre y secreto y a rendir cuentas a los trabajadores con todo y auditorías externas. Esto no significa, sin embargo, que la forma de lograrlo sea reintroducir en este momento las cláusulas originales en el dictamen de reforma laboral que está siendo discutido en el Senado.
Los partidos de izquierda, que se opusieron a la reforma en la Cámara de Diputados y que incluso tomaron la tribuna para tratar de detenerla, hoy buscan una alianza con el PAN para restablecer esas partes de la iniciativa original del presidente Calderón. Pero es significativo que esos mismos partidos no estuvieron dispuestos a luchar por ellas en la Cámara de Diputados. Prefirieron tomar la tribuna que votar en su respaldo. Su objetivo ha sido siempre detener la reforma completa. Por eso buscan hoy hacerle cambios. Saben que si se modifica en el Senado la iniciativa tendrá que ser enviada nuevamente a la Cámara de Diputados, donde muy probablemente quedará congelada.
No hay razón para que al día siguiente de que se apruebe la reforma laboral en el Senado no se presente una nueva iniciativa que establezca reglas para garantizar la democracia interna y la rendición de cuentas en los sindicatos. Se necesitaría el mismo número de votos para aprobarla que para reintroducir las cláusulas eliminadas por el PRI en la cámara baja. La única diferencia es que no se correría el riesgo de congelar la iniciativa completa.
Obligar a los sindicatos a tener democracia interna y a rendir cuentas a los trabajadores es una obligación ética. No es justo que los líderes sigan abusando de sus agremiados. Los otros temas de la reforma laboral, sin embargo, son más importantes porque podrían permitir una mayor creación de empleos. Y sin empleos, todo lo demás es pura buena voluntad.
La democracia sindical conlleva el riesgo de que grupos más radicales tomen el control de los sindicatos y aprovechen los enormes poderes que la ley les otorga-el artículo 28 de la Constitución les da libertad de incurrir en prácticas monopólicas-- para poner en jaque a la economía y al Estado. El actual sistema, sin embargo, ha beneficiado únicamente a unos líderes que se han eternizado y enriquecido en sus cargos. Por eso hay que modificarlo… pero hay que hacerlo de manera inteligente.
ALIYEV Y PINOCHET
Dice el Gobierno del Distrito Federal que no puede quitar la estatua del dictador Heydar Aliyev que ha puesto en el Paseo de la Reforma porque sería un agravio para el gobierno de Azerbaiyán que pagó por ella. ¿Y qué vendrá después? ¿Una estatua de Augusto Pinochet?
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