Lo que está de moda en los Estados Unidos son los blog o archivo de fotografías en las que se muestra la opulencia de la gente adinerada. Se hace una apología de gráficas que proporciona el público resaltando que son gente que de veras tiene con qué gastar pareciendo que salen de uno de los cuentos que narra Sherezada al Sultán, en la obra las Mil y Una Noches, en que se hacía una exaltación de lo que es tener una fortuna y cómo saber derrocharla. El espacio colecciona fotografías de usuarios de esa red social que rayan en la opulencia, la ostentación y el ridículo. Este blog, se dice, ofrece una ventana a un mundo que muy pocos conocen: el de la gente verdaderamente rica, no tarugadas.
Instagram es una red social basada en fotografías; donde los usuarios pueden compartir sus imágenes y mejorarlas con filtros de fotografía. Del blog se han ocupado medios de un gran prestigio, caso de El País, The New York Times y CNN, mostrando la prosperidad de chamacos que en su corta existencia no han sabido lo que es ganarse la vida, como lo dice la Biblia, con el sudor de su frente.
Jóvenes imberbes a los que la vida les ha proporcionado que sus progenitores puedan regalarles en ocasión de sus cumpleaños un automóvil que tiene un costo de 385 mil dólares, ni más ni menos, carros de lujo para magnates en un país que colinda al sur con nosotros donde la pobreza es impresionante.
Muchachos que presumen el traer su iPhone protegido con una funda de oro y de consumir comidas con un gasto excéntrico en los más caros restaurantes, gastándose 100 mil euros en una sentada, jactándose de llevar una vida regalada. Todo esto se proporciona en una información del periódico el Universal. Lo que puede comentarse es que pueden darse esos y otros lujos de mantener a sus hijos en la más grande de las disipaciones; despilfarrando, dilapidando y malgastando los haberes de sus padres que son los que a las buenas o a las malas han logrado acumular grandes fortunas. Que parezca un dispendio, es otra cosa. Jamás podríamos saber en qué están pensado cuando gastan a manos llenas ni sabremos cuál es la emoción que los embarga al ver la cara de sus mozalbetes cuando montan estos vehículos.
Ya lo decía Francisco de Quevedo y Villegas: Poderoso Caballero es Don dinero, de lo que transcribiré, por venir al caso, el primero y el último verso:
Madre, yo al oro me humillo/ él es mi amante y mi amado, /pues de puro enamorado/anda continuo amarillo/que pues doblón o sencillo/hace todo cuanto quiero/ Poderoso caballero /es don Dinero. Más valen en cualquier tierra/(mirad si es harto sagaz) Sus escudos en la paz/que rodelas en la guerra/pues al natural destierra/ y hace propio al forastero, poderoso caballero/es don Dinero.
En otro orden, diré que el dinero no da la felicidad, lo que dicho en plata pura es un mito. Hay evidencias abrumadoras de que con dinero es posible comprar la felicidad. No tanto así como llegar a la tienda y pedir un kilo de felicidad, pero en ocasiones si sirve para conseguirla. La verdadera felicidad consiste en amar lo que tenemos y no sentirnos mal por aquellos bienes que no tenemos.
No sé usted, pero yo soy feliz, no, no tengo montones de plata, pero sí lo suficiente para comprar comida. Una pequeña casa donde duermo. Y no necesito más. Eso me da tranquilidad, no aspiro a más. Quizá soy como el puma que encontré en alguna de mis excursiones cinegéticas, cuando el caminar no me costaba tanto trabajo, como ahora. Sí, sí traía un rifle. El hermoso animal se levantó majestuoso, rutilante. Se me quedó observando con sus ojos grandes y rasgados con grandes pestañas. Su sexto sentido le decía que yo no lo lastimaría. Se guarecía debajo del saliente de una gran roca. Una vez que se dio cuenta que no me atrevería a dispararle se empezó a mover cuesta arriba lentamente sin apresurarse. Estábamos a la mitad de una montaña donde tenía su escondrijo. No volteó. Con gran parsimonia dio un brinco y alcanzó la cima. En fin, lo último que alcancé a ver fue como movía su cola larga y gruesa. Él era feliz.