Cuántas veces no nos topamos con una palabra, idea o concepto que no se puede expresar o decir correctamente, pero que ahí está, a flor de labios. En Francia le llaman un "je ne sais quoi", el yo no sé qué. Justo eso, querido lector, tiene la política norteamericana. Sucia como en cualquier sitio, pero sofisticada, con donaire, única, espectacular, rimbombante, algo predecible acaso y en estos tiempos electorales rumbo al 6 de noviembre, día en que se decide quién será el siguiente inquilino de la Casa Blanca, un auténtico circo de tres pistas. Si además de hacer campaña, los contendientes se ven obligados a debatir en televisión nacional y a responder a cuestionamientos incómodos, ello, por natural lógica, le agrega sabor al caldo.
El pasado martes por la noche, Barack Obama y Mitt Romney se vieron las caras por segunda ocasión en el marco de los debates presidenciales. Van dos, queda uno que tendrá verificativo el 22 de octubre en Florida. Sobra decir que la actuación del Presidente en el primero, que ocurrió en Denver, deja mucho que desear; se le vio cabizbajo, sin los recursos oratóricos y discursivos de hace cuatro años, arrinconado por el saldo de las promesas incumplidas que con especial énfasis destacó Romney en lo que algunos tildan como el "mucho ruido y pocas nueces", que caracteriza a la administración Obama. Tras el fiasco del primer encuentro y las encuestas que arrojaron un empate técnico y lo que se mira como una elección cerrada y de final cardiaco, el equipo del demócrata sabía que, o se superaban las expectativas, o habría problemas. Graves problemas.
¿Dónde estaba Obama? Bueno, ya regresó, estimaron los televidentes, y particularmente quienes simpatizan con su candidatura, al ver a un mandatario mucho más conciso y agresivo, casi brillante, que está de vuelta en el juego y sin decirlo espeta un "yo soy el presidente". Y claro, conoce el Talón de Aquiles de Mitt Romney: su riqueza y la lejanía con el votante promedio, la manifiesta incapacidad -aunque intente posicionarse como un moderado- de identificarse con los sueños, aspiraciones y problemática de una clase media golpeada por la crisis de 2008 y la voracidad de unos cuantos tiburones de Wall Street, camada afín a las políticas del candidato republicano, particularmente cuando a los privilegios fiscales y la exención de impuestos se refiere.
"Presidente, ¿ha mirado su pensión?, le pregunta Romney. "No suelo mirarla. Seguro no es tan grande como la tuya", le respondió, irónico, Obama. Además, en reiteradas ocasiones lo llamó mentiroso y no dudó en propinarle un duro golpe justo al final, cuando Romney ya no podía responder. Haciendo alusión al fatídico video que muestra a Mitt Romney calificando como mantenidos del Gobierno a 47 por ciento de los estadounidenses, Obama dijo: "Creo que el Gobernador Romney es un buen hombre. Ama a su familia, se preocupa por su fe. Pero también creo que cuando dijo a puertas cerradas que 47 por ciento del país se cree víctima sin responsabilidad personal… piensen de quién estaba hablando", aseveró en su comentario final. "Yo quiero pelear por ellos".
Por su parte y pese a los frecuentes dislates de la campaña, sobre todo en temas internacionales, Mitt Romney conoce, y conoce bien, dónde empuñar el cuchillo. "Cuando el Presidente se presentó como candidato, dijo que presentaría en su primer año una legislación para reformar nuestro sistema migratorio, pero no lo hizo", estimó. También hubo palabras sobre la operación "Rápido y Furioso" y los ataques a personal diplomático de la Embajada en Siria, además de frecuentes alusiones por parte de Romney a un tema particularmente espinoso: los dichos de Barack Obama en el sentido de balancear y reducir el déficit y al tiempo fomentar la creación de nuevos empleos en el marco de una economía que no termina de salir de la recesión. "Usted habla de cinco millones de nuevos empleos durante el año pasado. Permítame decirle que no son suficientes. Cinco millones están muy por debajo de nuestro crecimiento demográfico", opinó el candidato republicano e insistió en las bondades de su plan económico y el impulso que dará a políticas públicas que beneficien a la clase media.
También se habló del tema migratorio. Presionado al fin, Mitt Romney suaviza sus posturas respecto a la deportación de ilegales y entona la cantaleta del "sueño americano" cuando afirma que "Estados Unidos es un país de inmigrantes y les damos la bienvenida". Su problema es que no sabe vender adecuadamente la frase y pocos le creen. Me recordó al empresario Lee Iaccoca, expresidente de Ford y posteriormente de Chrysler, cuando hacía comerciales y preguntaba a la audiencia: "¿Usted le compraría un coche a la competencia?" Bueno, yo no le compraría uno a Mitt Romney. Para pronto.
Así las cosas, esperemos el tercer debate y a ver qué pasa. El "Je ne sais quois" de la política yanqui. Un "je ne sais quois" para Romney, pues no termino de creerle. Ojalá y repita Barack Obama, mi gallo, por si no quedaba claro…
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