La inauguración de los Juegos Olímpicos fue estupenda y las instalaciones donde los atletas se disputan la gloria lucen majestuosas. El tiempo, dedicación y sobre todo los $14.5 billones de dólares invertidos por el gobierno británico para organizar estos Juegos pueden apreciarse con facilidad. Sin embargo, ¿es una buena idea gastar tanto dinero en un evento que dura sólo un par de semanas? ¿Qué queda para la sede tras los Juegos? ¿Infraestructura de clase mundial y una economía inyectada con esteroides o megaobras semiabandonadas y ciudades coqueteando con la bancarrota?
La lista de elefantes blancos en las ciudades Olímpicas es larga. El imponente Nido de Pájaro y el impactante Cubo de Agua de Beijing casi no se utilizan y muchas de las instalaciones olímpicas de Atenas están cerradas y en ruinas. La ciudad de Barcelona recién terminó de pagar su deuda de $6 billones de dólares contraída para organizar los Juegos de 1992.
Para justificar la inversión, los beneficios de este tipo de eventos deben trascender al sentimiento de orgullo nacional. Por ejemplo, deberían detonar actividad económica y generar empleos o acelerar la construcción de infraestructura urbana, como redes de transporte masivo. Sin embargo, la evidencia muestra que aún tras contar estos beneficios el saldo neto no siempre es positivo. Según ha documentado Andrew Zimbalist, autor de una decena de libros sobre la economía del deporte profesional, la competencia por ganar la sede olímpica es capturada habitualmente por intereses privados que llevan a prometer mucho más de lo que las ciudades pueden y deben costear. Por ello, debemos entender (y evaluar) estas oportunidades como un instrumento y no como un fin en sí mismos. Dado que durante una breve ventana de tiempo confluyen intereses privados y voluntad política suficientes para hacer grandes transformaciones en la ciudad sede, los organizadores deberían orientar esta energía hacia proyectos que trasciendan lo eminentemente deportivo. No es casual que Ricky Burdett, consejero de Desarrollo Urbano del Comité Organizador de Londres 2012, sostenga desde hace varios años que el objetivo esencial de estos Juegos Olímpicos es "construir un pedazo de ciudad".
El Plan puesto en marcha efectivamente va en esa dirección: El sitio seleccionado para las competencias está en una zona subutilizada y socialmente segregada del este de Londres, cuya revitalización sería lenta y quizá imposible sin un evento focalizador como los Juegos Olímpicos. Tras el evento, este distrito contará con un parque de 226 hectáreas y acceso directo a la extensa red de metro de la ciudad. Para minimizar el síndrome del "elefante blanco", serán retirados 20,000 asientos del Estadio Olímpico, y podrían retirarse más si no fructifican los esfuerzos en marcha para encontrarle inquilino permanente. Otras instalaciones deportivas, como el centro acuático, serán transformadas en escuelas, bibliotecas y centros para artes. Este proceso es conducido por la "Corporación para el Desarrollo del Legado de Londres 2012", un organismo público establecido por el alcalde, cuyos planes incluyen la construcción de cinco nuevos barrios en la zona, con capacidad para 11,000 viviendas y 91,000 metros cuadrados para desarrollo comercial.
Según Burdett, la intención es "detonar algo tan fuerte que dentro de treinta años podamos mirar hacia atrás y concluir que sin los Juegos de 2012, no habría tanta gente viviendo en esta parte de Londres". En otras palabras, la promesa de los organizadores trasciende al éxito deportivo. Las medallas no estorban, pero el verdadero reto explícitamente planteado es utilizar los Juegos como excusa útil para dejar un Londres más habitable, más bello, más verde y menos segregado. Solo el tiempo dirá si la apuesta fue efectiva, pero el comentario es relevante pues establece una nueva métrica para evaluar la organización de justas deportivas internacionales.
¿Cómo cambió Guadalajara, por ejemplo, tras más de $5,500 millones de pesos invertidos por el gobierno mexicano en la organización de los Juegos Panamericanos 2011? ¿Cuál es la oferta para los tapatíos asociada con la intención de organizar los Juegos Olímpicos Juveniles de 2018? ¿Cuál será el "legado" urbano de las Olimpiadas de Río de Janeiro en 2016?
Una posible lección de Londres es que el éxito de estos eventos no puede medirse sólo por el glamour de las inauguraciones, por el número de medallas obtenidas por atletas locales, o por una lista de inversiones inconexas en infraestructura. Para que el esfuerzo valga la pena, es preciso demostrar que la organización del evento permitirá generar consensos y atraer recursos necesarios para hacer una mejor ciudad… aún cuando el pebetero se extinga y el mundo encuentre nuevas distracciones.
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