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Jacobo Zarzar Gidi

EL PODER DE LA ORACIÓN

Un pequeño pueblo alemán que quedó prácticamente destruido durante la Segunda Guerra Mundial tenía en su iglesia un crucifijo muy antiguo del que las gentes del lugar eran muy devotas. Cuando iniciaron la reconstrucción de la iglesia que había sido dañada severamente por los bombardeos, los campesinos encontraron esa magnífica figura del Cristo crucificado, sin brazos, entre los escombros. No sabían qué hacer. Unos eran partidarios de colocar el mismo crucifijo -que era muy antiguo y de gran valor- restaurado, con unos brazos nuevos; a otros les parecía mejor encargar a un artesano una réplica del antiguo. Por fin, después de muchas deliberaciones, decidieron colocar la talla que siempre había presidido el retablo, tal como había sido hallada, pero con la siguiente inscripción. "Mis brazos sois vosotros...".

Es verdad, somos los brazos de Dios en el mundo, pues Él ha querido tener necesidad de todos los hombres para completar esa labor que comenzó hace dos mil años. Es por eso que no debemos dejar pasar una sola oportunidad para hacer presente en el medio ambiente donde vivimos, con nuestras propias palabras, la figura egregia de Nuestro Señor Jesucristo. Deberíamos de ser evangelizadores de tiempo completo a pesar de llevar el riesgo de que el mundo nos considere unos verdaderos locos. Es lo menos que podemos hacer, después de asimilar que somos hijos de Dios y que gracias a su bondad estamos en este mundo con la oportunidad de merecer algún día la vida eterna. Seamos heraldos y pregoneros de La Palabra evangélica, reconociendo con asombro las maravillas del Señor. Estudiemos oportunamente los caminos y las posibilidades para procurar por todos los medios llegar a ser misioneros incansables del Evangelio.

El Señor cuenta con nosotros para salvar almas que se encuentran en serio peligro de condenación. Allí es donde la oración juega un papel importante, porque nosotros solos con nuestras escasas fuerzas no podríamos conseguir absolutamente nada. Que nadie cercano a nosotros pueda decir que no se le enseñó el camino, porque en nosotros recaería la responsabilidad de tan grave omisión. "Todo aquel que me niegue delante los hombres, yo lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos." Si nos quedamos callados por vergüenza frente a los amigos, o porque pensamos que no nos conviene hablar de Jesucristo en ciertas reuniones sociales de los hombres, Él también pudiera permanecer callado frente a Dios Padre cuando más lo necesitemos en el momento mismo de nuestra muerte. En lugar de decir una palabra vulgar o que no viene al caso, mejor la frase esperanzadora donde se incluya el nombre de Jesucristo. En lugar de lanzar una crítica demoledora que pueda llegar a destruir a las personas, mejor un reconocimiento a los actos buenos que elevan el espíritu de quien los realizó. En lugar de difundir confidencias o secretos que dañan a un ser humano, mejor quedémonos callados, y en defectos que le observemos no nos convirtamos en críticos demoledores para evitar aniquilar su buen ánimo y alegría.

Si intentamos llevar siempre en nuestro corazón a Jesucristo permaneciendo en estado de gracia, seremos portadores de esa felicidad que mucha gente busca y pocos encuentran. Solamente Él es la luz que verdaderamente ilumina, es la verdad que debemos enseñar, es la vida que nos sostiene en los momentos difíciles. Y esto sólo lo obtendremos, si nos convertimos en hombres y mujeres cercanos a Dios por la oración. ¡Qué hermoso es tener un diálogo constante con Jesús en las buenas y en las malas, cuando pidamos bendiciones para nuestros hijos, cuando oremos por otra gente que así nos lo ha pedido, cuando visitamos los hospitales en busca del enfermo grave y abandonado, cuando rezamos por nuestros difuntos, cuando acompañamos y damos esperanza a los presos arrepentidos, cuando sentimos el temor de caer otra vez en las garras del demonio...!

La oración nos dará fortaleza, nos dará alegría, rendirá frutos inmediatos, y poco a poco descubriremos en nuestro cielo varias estrellas que antes brillaban opacas y que ahora lucen refulgentes gracias a la presencia de Dios en nuestra vida. Si nuestro corazón permanece con Jesucristo, los demonios no trabajarán con éxito en nuestra alma y serán rechazados inmediatamente. Recordemos que el enemigo es poderoso y que no se detiene ante nada para conseguir sus propósitos. Durante la edad media se mencionaron siete potestades demoníacas, siete jerarquías del maligno que atacan constantemente a los hijos de Dios para hacerlos caer en pecado mortal. ¿Cuántos de estos demonios tenemos en el alma? Son los mismos que Nuestro Señor Jesucristo lanzó de varios endemoniados durante su recorrido evangelizador en Palestina, y que todavía ahora siguen tentando y haciendo caer en pecado a mucha gente.

Debemos comprometernos en la vida con una meta sublime, con un objetivo que vaya más allá de la satisfacción de nuestros deseos mundanos, encontrando así un modo de dar algo digno a la humanidad que verdaderamente trascienda por lo menos en una persona. Si no se nos ocurre qué podemos entregar a nuestro prójimo como legado que perdure, hagamos oración durante varios días y con toda seguridad una luz aparecerá en el horizonte como respuesta. En esos momentos estaremos seguros de que nada ni nadie nos arrancarán esa noble intención de conseguirlo. Más adelante comprenderemos que la mejor parte de nuestro ser, esa que nosotros mismos difícilmente reconocemos tener, es la que debemos entregar para que verdaderamente tenga valor y no se destruya por no haberla utilizado.

El poder de la oración es el tesoro más grande con el que contamos los seres humanos. Muchas veces no lo descubrimos hasta el momento mismo de una necesidad urgente. El Señor tiene sus planes para nosotros, ¡qué hermoso es descubrirlos, para cooperar con Él dócilmente, para comportarnos obedientes y cumplir sus deseos! Mucha gente permanece vacía de Dios, indiferente ante su presencia y sus peticiones, y solo se limita a vivir con la mente llena de ambiciones de bienes materiales, de comodidades, de lujos que sueña tener en lugar de abstenerse de cosas superfluas e innecesarias. Pero a pesar de todo, bajo una capa de indiferencia o de extravío, en el fondo de su alma reconocen estar sedientas de las verdades y de los misterios que encierra el mensaje de salvación.

La prioridad que tenemos es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. Si los que nos llamamos cristianos no nos decidimos a trabajar con ahínco en ese campo espiritual, sucederá lo que anunciaron los profetas, "quedará destruida la cosecha, la tierra permanecerá de luto, porque el trigo está seco, desolado el vino, perdido el aceite. No hay cosecha, la cebada se ha perdido". Dios esperaba esos frutos y se perdieron por desidia de quienes tenían que cuidarlos y recogerlos. ¿Qué he hecho hoy para dar a conocer a Dios?, ¿A quién le he hablado en este día de Cristo?, ¿Estoy consciente de que muchos se acercarían al Señor si yo fuera más audaz en el cumplimiento de mis deberes apostólicos? Infinidad de personas desean escuchar cosas buenas y positivas, lo que hace falta es quienes se dediquen a anunciarlas. No debemos cansarnos de orar. Y si alguna vez comienzan a hacernos mella el desaliento o la fatiga, hemos de pedir a quienes nos rodean que nos ayuden a seguir rezando, sabiendo que ya en ese momento el Señor nos está concediendo otras muchas gracias, quizá más necesarias que los dones que le pedimos inicialmente. Esa es la viña, y ese es el campo en el cual estamos llamados a vivir nuestra misión. Hagámoslo con gusto, con alegría, con ese entusiasmo propio de los que desean contagiar algo para que los esfuerzos no se esfumen en la nada, para que no se los lleve el viento del desgano, de la frialdad y del hastío.

jacobozarzar@yahoo.com

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