EL ESPÍRITU SACERDOTAL
En 1962, Marcel Lefebvre, primer Arzobispo de Dakar, en África, es elegido Superior General de los Padres del Espíritu Santo. Tomando en cuenta que por esas fechas daba comienzo el año escolar para los seminaristas y sin olvidar que "El adorno del cielo son las virtudes de los que predican", escribe para ellos y sus religiosos, unas líneas que son de gran valor con la finalidad de hacerlos vivir mejor su ideal sacerdotal. "Deseo -les dijo- veros a todos como sacerdotes santos, celosos y abrasados por el amor a Dios y a las almas, según la imagen de Nuestro Señor y bajo su espíritu vivificante.
Sois sacerdotes, en primer lugar, de un sacerdocio de oración, de alabanza y de adoración. Sois sacerdotes, en segundo lugar, de un sacerdocio santificador de vuestras almas y de las de vuestros prójimos, particularmente de las personas a las que habéis sido enviados. Sois por lo tanto, sacerdotes de un sacerdocio de inmolación y de sacrificio de vosotros mismos. Los tres aspectos del sacerdocio están indisolublemente vinculados. No se puede alabar a Dios y no preocuparse por el prójimo, y no puede ser todo amor a Dios y a las almas y buscarse a uno mismo.
Es necesario ser almas de oración para ser verdaderos apóstoles. Por un mismo impulso de celo, el sacerdote se dirige a su iglesia y a su altar para rezar y sumirse en la adoración e igualmente a las almas que reclaman las solicitudes de su sacerdocio. Ninguna prueba ni cárcel puede impedirnos que desde nuestras almas suba el incienso de nuestra oración.
Acudamos con frecuencia al sacramento de la penitencia. Que nuestro apostolado sea una fuente constante de santificación, de modo que podamos ayudar a las almas a elevarse a Dios. Tomando en cuenta nuestra pobreza espiritual, cuando nos sintamos incapaces de brindar a las almas advertencias y consejos que esperan de nosotros, pidámosle a Dios que nos santifique, para que ellos sean también santificados en la Verdad.
Estas disposiciones interiores nos pondrán en una actitud de servicio, en manos del Señor, y así estaremos listos para trabajar en el campo del Maestro desde el momento en que se nos asigne una misión. La misión es de suma importancia por ser la que nos da el soplo del Espíritu Santo, autorizándonos a llamarnos y presentarnos como auténticos pastores enviados por Dios y por la Iglesia. Sin esta misión no tenemos ningún derecho sobre las almas.
Esta misión es un honor a pesar de ser indignos. Es enteramente de Dios, por Dios y para Dios, trabajando con un celo incansable para hacer que fructifique la viña del Señor. No somos más que servidores, servidores inútiles, pues Dios podría prescindir de nosotros. Esto me lleva a concluir, que jamás debemos considerar un puesto como algo nuestro, ni apegarnos personalmente a él, ni buscar nunca a las almas que quedan confiadas a nuestra persona, sino hacerles entender claramente que nosotros no somos más que viñadores de paso y empleados temporales. También en esto nos hacemos ilusiones y somos muy presuntuosos si creemos que únicamente nosotros somos capaces de cumplir dignamente tal o cual función o desempeñar bien tal o cual cargo. Agradezcamos a Dios, que el cambiarnos de cargo evita que las personas se apeguen a nosotros en lugar de apegarse a Él, único verdadero Sacerdote, único verdadero Santificador y, más tarde, única recompensa de las almas.
Siempre y en todo lugar mostrémonos como "hombres de Dios", es decir, tengamos una actitud de sacerdote y un profundo respeto por las almas, evitando escrupulosamente en nosotros lo que pudiera alejarlas de Dios. Considerad esto último como un auténtico crimen, pues ese es el verdadero escándalo. Nuestro Señor tuvo palabras severas hablando del escándalo. Que nada deje aparecer lo que en nosotros hay de humano, ni haga desaparecer nuestro carácter sacerdotal en el porte y las actitudes.
El hábito eclesiástico es obligatorio en la diócesis, es decir, la sotana negra o blanca. Nadie se puede dispensar de ella. Se puede utilizar una sotana caqui o gris para las giras en la selva o para conducir vehículos. Estad atentos cuando vayáis a la ciudad. Qué ilusión sería creer que el bien se hace mediante reiteradas visitas a ciertas familias o personas, en lugares o momentos que provoquen, con toda razón, observaciones perjudiciales para el apostolado de todo el clero. Sintamos horror ante tales compromisos con el espíritu del mundo. Las almas que desean encontrar un hombre de Dios no se engañan y acuden instintivamente al sacerdote cuya sola presencia, eleva y santifica. Su sentido de lo divino le hará darse cuenta, sin vacilar, de las visitas inconvenientes o sencillamente inútiles. Pretender ser sacerdote para practicar la caridad sin renunciarse a sí mismo, es renegar de nuestro origen, que es Jesucristo, y desconocer lo que somos.
Una causa frecuente de la mediocridad sacerdotal se manifiesta mediante lo que se llama "desenfado". Esas manifestaciones las encontramos en las relaciones con la autoridad, en las relaciones con los sacerdotes y en las relaciones con los fieles. Y también se encuentran en el ámbito de la conciencia. Es importante para evitar esto, meditar la vida de Nuestro Señor o de la Virgen María, donde todo es obediencia, humildad y anonadamiento de sí mismo ante Dios y ante todo lo que de Él procede. En las relaciones con los compañeros, es aún más evidente. Se dice al respecto que "El hombre es un lobo para el hombre", pero "El sacerdote es aún más lobo para el sacerdote".
Pensad vosotros mismos en todas esas jornadas vividas en el mero capricho y que tienen como consecuencia una vida de comunidad desorganizada: retrasos, impuntualidades u omisiones; no se guarda el silencio mayor después de las 9:00 de la noche; en lugar de someterse a sí mismo a una disciplina, se prefiere estorbar a los demás.
Si pasamos a las relaciones con los fieles, volvemos a encontrar fácilmente ese mismo espíritu en la poca puntualidad en las ceremonias y en los retrasos a la hora de escuchar confesiones o a la hora de impartir el catecismo.
¡Ah!, si realzáramos realmente nuestro sacerdocio en nuestras mentes y corazones -ese sacerdocio tan grande y tan noble que nunca haremos todo lo que merece para vivirlo plenamente- encontraríamos en tal meditación la voluntad de ser servidores humildes, obedientes, enteramente entregados a la voluntad del Señor. Caritativos y celosos con el prójimo, de tal modo que no desearíamos nunca serle desagradables y, con más razón, por nada del mundo serle motivo de escándalo.
Recordemos los ejemplos de San Pablo, tan preocupado por no incomodar a nadie y no escandalizar a ningún alma para ser así todo de Jesucristo. Reavivemos nuestro espíritu de fe mediante nuestra oración, y Jesucristo, que vive en nosotros, nos dará el valor necesario para olvidarnos de nosotros mismos y ser dóciles instrumentos en sus manos divinas. Tal debe ser nuestro ideal.
Tal vez estas líneas os parecerán un poco austeras y severas, pero creedme que provienen de un corazón que os quiere profundamente a todos y cada uno de vosotros. No tengo más que un solo deseo y una sola finalidad al escribiros así: haceros dichosos en vuestro sacerdocio plenamente vivido en este mundo y proseguido en la eternidad, y atraer, por medio vuestro, a las almas elegidas por Dios a una verdadera vida cristiana, prenda de su salvación eterna".
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