UN PEQUEÑO GRAN MOMENTO
La vida es difícil, muy difícil, pero algunas veces nos regala pequeñas satisfacciones que hacen más ligera la carga que normalmente llevamos sobre los hombros. El mes pasado fui a la hermosa, tranquila y próspera ciudad de Querétaro. Yo no la conocía, pero me gustó mucho, sobre todo porque allí vive una de mis hijas, su esposo y dos de mis queridos nietos. Uno de ellos, llamado Antonio y que tiene únicamente cuatro años de edad, estudia en el colegio Cumbres-Alpes que pertenece a los sacerdotes Legionarios de Cristo. Yo estoy muy contento y le doy gracias al Señor de la Vida porque a pesar de su corta edad está aprendiendo a rezar y ya puede contar hasta el número veinte. Cuando le hablo de Dios, me pone mucha atención y luego me pregunta: "¿En dónde está?". Yo le explico que se encuentra entre nosotros a pesar de que no lo podemos ver y es un verdadero Padre que nos ama por sobre todas las cosas. Después de escucharme, veo que levanta su cabecita al Cielo y descubro en su mirada la pequeña semilla de la fe que sus padres y miss Susi están depositando en su tierno corazón. Cuando una noche le hablé de la parábola del Hijo Pródigo, me dejó sorprendido, porque escuchó la historia hasta el final, y después salió corriendo a contársela con lujo de detalles y mucho entusiasmo a la abuela.
En ese colegio lo están preparando cristianamente para hacerle frente a la vida, y lo están evangelizando para que más adelante él evangelice a otras personas que no han escuchado hablar de Dios o que lo han olvidado.
Durante mi estancia en Querétaro, mi hija me pidió que la acompañara al colegio y que la ayudara llevando algunos experimentos sencillos que le habían tocado a ella para que todo el salón de mi nieto los conociera. Coincidió mi visita con la semana de la Feria Científica que se desarrolla año con año en ese colegio y que es muy importante para que los pequeños se interesen en la investigación y los haga descubrir cosas nuevas.
Al terminar el Vía Crucis que representaron con mucho éxito los mayorcitos de kínder en el patio, la amable maestra nos condujo al salón de mi nieto. Yo tenía muchos deseos de conocer el sitio donde él estudia y el pupitre donde se sienta a escuchar sus clases. También yo quería que me presentara a sus amiguitos, saber de qué platican y a qué juegan en el recreo. Me dio gusto saber que mi nieto socializa muy bien con todos sus compañeritos, especialmente con "Fer", que es un niño muy inteligente y despierto.
En el salón de clases, repentinamente me vi rodeado por niños y niñas cuyas edades fluctuaban entre los tres y los cuatro años. Uno de ellos me dijo: "Señor, ¿usted nos va a hacer magia? No -le contesté, los que voy a hacer son experimentos científicos. El primer experimento que les hice fue el siguiente: Con una aguja estambrera que calenté de la punta, atravesé una vela de treinta centímetros exactamente a la mitad de lo largo. Después, coloqué entre dos copas de vidrio vacías las partes salientes de la aguja que sostenía la vela. Saqué las dos mechas y encendí primero una de ellas, luego la otra. Conforme se fueron derritiendo, dio comienzo el espectáculo. Comenzó a girar la vela varias veces por estar gastando más cera de un lado que del otro. Ante el asombro de los niños, mi vela dio muchas vueltas al estar perdiendo el equilibrio.
El segundo experimento fue una pequeña lanchita de lámina que compré en las calles de la Ciudad de México hace ya muchísimo tiempo -más de veinticinco años- con un billete de cinco pesos que traía en la bolsa. Después de ponerle un poco de agua en los dos tubitos que sirven para que expulse el vapor, se coloca una pequeña vela encendida en su interior y con el calor se provocan ligeras explosiones que la hace ponerse en movimiento sobre el agua. La semana anterior la había probado en casa varias veces y trabajó muy bien, pero al estar frente a tantos niños que me miraban con atención y que estaban al pendiente de lo que yo hacía, no quiso avanzar. Me puse nervioso y no sabía cómo salir del apuro. Observé que miss Susi -la maestra tenía lista su cámara para tomar una fotografía cuando empezara mi lancha a navegar, pero el barquito jamás se movió. De pronto escuché a mi nieto decirme al oído: "Acuérdate Jacobo que también sabes hacer magia". Tomando en cuenta su consejo, -porque muchas de las veces los niños son más listos que nosotros los mayores- dejé a un lado el experimento fallido de la lanchita y comencé a hablarles del fenómeno de la levitación. Con una perinola metálica que de suerte llevaba, la pude suspender en el aire girando durante varios minutos gracias a la acción de fuertes imanes que se encuentran ocultos en una caja de madera. Cuando terminé, el mismo niño que me había cuestionado anteriormente, me dijo: "¡Ya ve señor que sí hace magia!". Después, uno de los más pequeños añadió: "¿Sabías tú que hace muchos años existieron los dinosaurios?" En esos momentos comprendí que Dios nos ha bendecido con la inocencia y la inteligencia de los niños.
Por último, saqué de mi maleta un pequeño carrito que trabaja con energía solar. En la parte superior del mismo tiene un panel que transforma la energía del sol en movimiento por medio de un pequeño motorcito que hace girar las ruedas del automóvil. Afortunadamente en Querétaro hace mucho sol, y en el patio del colegio los niños pudieron observar algo nuevo que les llamó poderosamente la atención.
Muchas veces dejamos pasar esos pequeños grandes momentos que dan un valor especial a nuestra existencia. Instantes preciosos que llenan de vida nuestros días, y que se esfuman cuando no nos damos tiempo para atenderlos. En un abrir y cerrar de ojos se deslizarán las semanas, los meses y los años, vendrán nuevas primaveras, veranos, otoños e inviernos, y lo más seguro es que para esas fechas ya no estaré en este mundo, pero tal vez Antonio -mi querido nieto, recuerde que un día su abuelo se desplazó más de mil kilómetros para llegar a Querétaro y acompañarlo con sus amiguitos en la Feria Científica que organizó el colegio.
Jacobozarzar@yahoo.com