LOS NEGOCIOS FAMILIARES
Cada vez que recorro el centro de la ciudad donde vivo, acuden a mi mente muchos recuerdos. Tengo imágenes grabadas de una gran cantidad de negocios familiares que en las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado eran exitosos, pero poco tiempo después fueron desapareciendo, cada uno por motivos diferentes. Los dueños de esas tiendas tuvieron un sueño, estaban orgullosos de haberlas fundado y daban la impresión de que jamás las cerrarían. Pero no fue así, una por una dejó de funcionar y en su lugar se instalaron otros comerciantes, tal vez con mayor surtido, con mejor precio, con más capital, con mayor imaginación, con técnicas más modernas, o con más ganas de trabajar. Además, los motivos de esos fracasos pudieron ser: pleitos de familia, fallecimiento del fundador y falta de interés de los hijos para continuar el mismo negocio, invasión de empresarios foráneos que al llegar con nuevas tecnologías estrangularon el comercio existente, etc. Los expertos en negocios afirman que únicamente menos del 15% de las empresas familiares sobreviven la tercera generación dentro de la misma familia. Todo el trabajo, el esfuerzo y el sacrificio del patriarca fundador se esfuman si no se toman medidas adecuadas para la supervivencia del negocio.
Los proverbios representan la sabiduría de los pueblos en el decurso de la historia. Y en estos momentos recuerdo uno que nos puede hacer reflexionar en las graves consecuencias que acarrea no tomar medidas precautorias a tiempo para que los negocios sigan siendo exitosos aunque transcurran muchos años. Dice así: "PADRE ABARROTERO, HIJO CABALLERO Y NIETO PORDIOSERO". Si desmenuzamos este proverbio, podemos afirmar que "Un padre abarrotero" es aquel que durante toda su vida trabajó intensamente, sacrificando días de descanso sin tomar vacaciones, que gastó lo menos posible para dejar a sus hijos un patrimonio, que diariamente levantó con sus manos las pesadas cortinas metálicas de su negocio, y que jamás se dio un gusto para no distraer recursos de la empresa. El problema que surge en este proverbio es que "El padre abarrotero", por descuido, jamás enseñó a trabajar a su hijo -que al crecer se convirtió en "Un caballero" de finos modales, de traje, de corbata y con dinero, que no conoció el sacrificio, ni el esfuerzo, ni la superación, ni la satisfacción por logros obtenidos. Cuando muere "El padre abarrotero", el hijo se avergüenza del trabajo que heredó de su progenitor y afirma que no es para él por ser cansado y aburrido, lo descuida y lo hace quebrar, pero vive holgadamente gracias a la herencia recibida. Diariamente se la pasa con amigos. En la mañana descansa y en la tarde no hace nada productivo. "El hijo Caballero" se da la buena vida y no produce un solo centavo para añadir al patrimonio heredado. Contrae matrimonio y tiene un hijo. Al final de sus días reconoce que estuvo equivocado, pero ya es demasiado tarde para corregir errores. Dilapida toda la fortuna heredada de su padre, y finalmente no tiene dinero para dejar a su descendiente, que según el refrán viene siendo "El nieto pordiosero".
Ernesto Poza Valle, en su libro titulado "A la sombra del roble", nos dice que debemos hacer hasta lo imposible para evitar ser parte del fracaso empresarial. Afirma que para un gran número de empresas familiares, el más grande riesgo es el desperdicio de la ventaja competitiva durante la sucesión. El papel que la persona juega en la familia se confunde con el papel que juega en el negocio o viceversa. Poca comunicación y falta de reglas de juego dificultan la vida familiar y complican las empresas.
Criar a nuestros hijos es una de las más importantes y difíciles tareas.
Enseñarles desde pequeños a trabajar y a sentir amor por él, es esencial. Si nosotros amamos nuestro negocio, debemos asegurarnos de compartir ese amor con los hijos. Si nos ven renegando cada vez que llegamos a casa, ellos lo odiarán cuando tengan que relevarnos. Esto me recuerda un escrito de Gibran Kalil Gibran que dice así: "Si no podéis trabajar con amor, sino sólo con disgusto, es mejor que abandonéis el trabajo y que os sentéis a la puerta del templo a recibir la limosna de quienes laboran con alegría".
Es importante demostrar a los hijos que lo que se tiene ha sido ganado lícitamente, con esfuerzo, con trabajo duro y honesto, con constancia, con inteligencia, con sudor y lágrimas. Si lo hacemos y no los engañamos con argucias mentirosas, ellos se sentirán a gusto con lo poco o mucho que hereden. Aquellos hijos que tienen la suerte de recibir en herencia los beneficios económicos de sus padres, deberán respetar los privilegios que disfrutan, deberán comprender lo que el dinero puede hacer -y lo que no puede hacer- y cómo sus padres lo usaron para bien. Todo ello sin ser presumidos ni arrogantes. Tienen una gran responsabilidad: hacerlo crecer para dar más empleos a la gente, o por lo menos conservarlo para no despedir a ninguno de los ya contratados.
La paternidad no es trabajo fácil, y no existen muchos modos de asegurarse si se está haciendo bien la tarea. Sólo podemos hacer las cosas lo mejor que podamos. Conforme avanzamos en edad, nos damos cuenta que estamos perdiendo el control directo de nuestros propios hijos y descubrimos que tenemos que ir, con amor, de la disciplina hacia la confianza.
El banquero Manuel Espinosa Iglesias dijo un día que "el primer millón de pesos era muy difícil hacerlo, pero con esfuerzo, audacia, dedicación, austeridad y ahorro se puede conseguir. Después del primero, llegar a tener hasta diez millones es fácil, tomando como base el primer millón. Pero al llegar a tener más de diez millones, llevas el riesgo de que te gane la soberbia, que te sientas conquistador del mundo invirtiendo sin planear en cualquier tipo de negocio, y como consecuencia puedes quebrar".
Conforme avanzamos por el camino de la vida vamos sufriendo varias pérdidas económicas. A veces estamos arriba y muchas veces estamos abajo; así es la rueda de la fortuna. Lo más probable es que lo programado en un principio no salga como lo planeamos, pero nos vamos adaptando con aceptación cristiana a lo que el Patrón nos vaya dando. Si nos referimos al estudio y al trabajo, los Hermanos Lasallistas nos enseñaron a ofrecérselos a Dios Nuestro Señor desde que iniciamos nuestra labor por la mañana. De esa manera el cansancio rendirá frutos nobles, y al llegar a casa por la noche, nos daremos cuenta que nuestro desgaste habrá producido un valor adicional mayor que el simple rendimiento monetario.
Todos nuestros actos tienen y tendrán consecuencias positivas o negativas que de algún modo llegarán a influir en nuestra descendencia. Debemos ser cautelosos al mover las piezas del ajedrez. No sabemos qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos, pero lo que sí sabemos es qué hijos le vamos a dejar al mundo.
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