LOS DESAFÍOS DE LA VIDA
Diariamente nos lanzamos en busca de la felicidad, y no la alcanzamos. La buscamos por todas partes y no la encontramos. Si no es una cosa, es otra la que nos mortifica, y el tiempo transcurre con una rapidez asombrosa dejándonos cada vez menos oportunidad para ser felices. Nos lamentamos por carecer de cosas que son innecesarias para ser dichosos, pero no cambiamos nuestra forma de ser.
La base del bienestar emocional consiste en estar convencidos de que ya poseemos todo lo necesario para tener una vida satisfactoria. Y no estoy hablando de lo económico, sino de tantas otras cosas que verdaderamente tienen un gran valor y no les damos importancia. Podemos llegar a ser fuertes a nivel emocional valorando la vida que tenemos independientemente de la condición en la que se encuentre nuestro cuerpo. Podemos ser héroes de nuestra propia existencia dejando atrás lamentaciones inútiles por lo que no tenemos, en lugar de ser agradecidos por lo que hemos recibido o conseguido.
Sufrimos cuando anhelamos crecer para sentirnos hombres; después nos angustiamos cuando queremos conseguir una novia para casarnos y no la encontramos; más adelante nos estresamos por tener dinero para asegurar una vejez tranquila. A esas alturas de nuestra vida, las enfermedades y el temor a la muerte nos preocupan demasiado, y si volteamos para atrás nos daremos cuenta que ya transcurrieron los mejores años de nuestra vida y no los vivimos.
El español Rafael Santandreu acaba de escribir un libro titulado: "El arte de no amargarse la vida", y nos pone como ejemplo a Stephen Hawking que nació en Oxford, Inglaterra, en 1942. Cuando cumplió veinte años de edad descubrió que tenía grandes aptitudes para las matemáticas. No era un genio, y nada hacía pensar que llegaría a ser, más tarde, uno de los mejores científicos del Siglo XX.
Un día, de repente se dio cuenta que no podía mantener el pulso, le temblaba la mano. La botella de vino con la que iba a brindar junto con su padre por la alegría de haber sido aceptado en la mejor universidad de Inglaterra, no la podía sostener normalmente y sólo pudo llenar un tercio del vaso. Con anterioridad, Stephen había empezado a experimentar extrañas dificultades motoras que iban en aumento: se tropezaba con los muebles y le costaba acertar con la llave en la cerradura. A las pocas semanas, los médicos le anunciaron que tenía una enfermedad muy rara: "Esclerosis lateral amiotrófica" (Abreviadamente, ELA), y, en Francia se le conoce como "La enfermedad de Charcot". Este problema genético produce la degeneración de toda la musculatura voluntaria del cuerpo y suele conducir a la muerte en dos o tres años. En ningún momento se afectan las facultades intelectuales, ni los órganos de los sentidos (oído, vista, gusto u olfato), ni hay afectación de los esfínteres ni de la función sexual.
De todas maneras fue a Cambridge a iniciar su doctorado, pero cayó en una depresión muy profunda. Durante varias semanas se encerró en su cuarto de la residencia universitaria. Sus padres, amigos y profesores intentaban ayudarle, pero el muchacho se negó a ver a persona alguna. Estaba pasando por las típicas fases del duelo que nos hace alejarnos cuando recibimos el anuncio de una pena dolorosa y estrujante.
Se preguntaba: ¿Por qué me sucede esto a mí? Se enojó con el mundo que le rodeaba y fue invadido por grandes olas de rabia y desesperación. Incluso se negaba a creer en su diagnóstico.
Pero una mañana helada de aquel invierno inglés, Hawking se levantó de la cama, se miró al espejo, y dijo: "¡Basta! Y no se lo dijo al Universo…, ni a los médicos…, ni a su enfermedad. Se lo dijo a sí mismo, ¡a su mente! Aquel joven estudiante se juró a sí mismo que no iba a desaprovechar los pocos años que le quedaban quejándose. Iba a hacer algo valioso y a disfrutar del proceso. Mucho tiempo después, él mismo explicó que durante aquellas semanas de convalecencia emocional, construyó una nueva filosofía personal que se podía resumir en: "Quejarse es inútil y constituye una pérdida de tiempo. Aun cuando me falte toda la movilidad tendré muchas coas maravillosas que hacer. Sin ir más lejos, investigar el Cosmos".
El joven Hawking se rasuró, se bañó y salió de su cuarto. Cuando traspasó la puerta principal de su residencia -un antiquísimo edificio donde antes habitaron estudiantes ilustres como sir Thomas Newton- su mirada era nueva, sus ojos centelleaban con un brillo desconocido. Iba a aprovechar cada minuto que le diera la vida, como un regalo.
A los tres años justos, bastón en mano, terminó su doctorado con uno de los mejores trabajos de la historia de la cosmología. Sus profesores, científicos de primera línea mundial, se quedaron boquiabiertos. Ahí estaba, por primera vez la teoría matemática del inicio del Universo, el Big Bang. Algo que estaban buscando los mejores científicos del mundo. ¡Y la había desarrollado un estudiante! Eso era simplemente increíble. Sobre aquel período, Stephen diría: "El truco fue que me puse a trabajar en serio por primera vez en mi vida y vi que me gustaba hacerlo".
Había dejado asombrada a la comunidad científica por el alcance de sus investigaciones. Sus teorías explicaban la formación y estructura del Universo de una forma nítida. Sus explicaciones ampliaban los hallazgos de Einstein y nos dibujaban, por primera vez, cómo es el Cosmos, los agujeros negros, la luz y el tiempo. Montones de conceptos explicados en cadena, por primera vez en la historia de la cosmología. Conceptos que, en realidad, sólo unos pocos podían llegar a entender, y éstos, sólo de forma superficial. De la noche a la mañana, se convirtió, como dijo un periodista inglés, en Máster del Universo.
Mientras tanto, la enfermedad seguía progresando, condenándolo a una silla de ruedas. Tuvo que sostener su cabeza con un aparato especial para mantenerla erguida. Extrañamente, al margen de la parálisis, su estado físico general era bueno y su vida no corría peligro, pero fue perdiendo movilidad hasta que sólo le quedaron sanos los músculos de los dedos de las manos. Cada vez que se daba cuenta de un nuevo avance de la parálisis, se decía con firmeza: "¡Quejarse es una pérdida de tiempo!"
Con el transcurso de los años, Estephen Hawking ha seguido investigando, acumulando premios y reconocimientos. Ha publicado un libro titulado: "Breve historia del tiempo", que ha vendido más de diez millones de copias en todo el mundo. Pero para muchos, lo más valioso de este hombre de sólo cincuenta kilos de peso, postrado en una enorme silla de ruedas, es su positivismo, que nos regala un gran mensaje de felicidad.
Hasta el día de hoy, Stephen Hawking sigue sintiéndose un héroe de su propia vida. Cuando sufrimos por un dolor de cabeza, o porque fuimos despedidos del trabajo, o porque no obtuvimos buenas calificaciones por culpa nuestra, o porque vemos el futuro incierto, o porque tenemos la costumbre de traer al presente recuerdos negativos del pasado, preguntémonos: ¿Qué nos diría Hawking si estuviera frente a nosotros? ¿Qué nos diría acerca de los "problemas" que ahora nos amargan y nos están echando a perder la vida?
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