LUCHA DE PODER EN LA PAREJA
Cuando parece que todo va bien en el matrimonio después de haber enfrentado grandes obstáculos, cuando él y ella comienzan a sentir algo de felicidad y tranquilidad, surge un problema que amenaza con destruir a la familia desde los cimientos: la lucha de poder en la pareja. La insistencia de uno de los dos en imponer su razón, provoca discusiones, reclamaciones constantes y pleitos que dañan la estructura familiar.
Actualmente, las parejas viven una realidad distinta a la de hace algunas décadas. Desde que la mujer se incorporó a la vida laboral, ya no está dispuesta a aceptar las reglas impuestas para conveniencia del hombre. Aunque en los varones está surgiendo una nueva actitud ante la mujer, muchas personas aún no dejan atrás el machismo, lo que provoca un fuerte punto de conflicto al momento de tomar las decisiones en pareja.
Atrás quedaron los años románticos del noviazgo, las miradas tiernas y las palabras bonitas. Quedaron atrás las cortesías, las amabilidades, los regalos sorpresa y las serenatas de media noche. Muchas cosas se volvieron rutina, y fueron surgiendo dos personas con caracteres distintos como lo fueron desde un principio -pero que no lo habían notado-, con personalidades diferentes, que a partir de determinado momento van a entablar una lucha sin cuartel por el control familiar. Control de las ideas, de las palabras, de las decisiones, de las acciones importantes, y sobre todo del dinero que ingresa a casa.
Como dicen los psicólogos, antes de haberse convertido en pareja, esas dos personas pertenecían a mundos diferentes, con historias familiares distintas, con experiencias muchas veces diametralmente opuestas, con ideas, gustos, creencias e ilusiones discrepantes. Al empezar a vivir en pareja, estos dos mundos se empiezan a mezclar, pero por el enamoramiento inicial no se provocan rozamientos de consecuencias.
Al desarrollarse la vida en pareja, el dar y recibir cariño empiezan a desaparecer. Dejamos de hacer cosas que le gustan, nos dejan de importar sus intereses y casi siempre caemos en la rutina de las obligaciones. En esos momentos, se inician los desacuerdos: la ternura, la calidez y la pasión se convierten en expresiones del pasado y se apaga la llama que enciende la relación. Comienzan a surgir ciertos vicios que permanecieron ocultos como el no saber escuchar, el hablar demasiado y no ponerse en el lugar del otro, los cuales son detonantes de tensión en la pareja. Se gritan entre sí diciéndose mutuamente que no sirve para nada, discuten a todas horas, se miran con odio, no se perdonan las ofensas, se reclaman la falta de dinero, se culpan de todo lo malo que acontece en la familia, se insultan afirmando que hubiera sido mejor casarse con cualquier otra persona que con la que escogieron en un principio, y finalmente llegan a desearse la muerte.
En esos momentos de la vida, cada uno de ellos recuerda por separado cómo era su pareja cuando se casaron, y descubren una terrible diferencia que no saben de dónde surgió. Se perdió el respeto, se insultó, se manipuló, y se usurpó el espacio personal del compañero o de la compañera.
Si a todo esto sumamos el deterioro físico de las personas que provoca el avance de los años, las pugnas continuas y la poca tolerancia que va surgiendo, tenemos los ingredientes necesarios para que se presente una terrible lucha de poder que puede llegar a desembocar en divorcio. Este paisaje ennegrecido se verá siempre como un problema del otro y no como un problema de pareja. Es muy común darse cuenta en estos casos, que en el grupo social donde viven, toda la gente respeta al marido, menos la esposa que siempre lo ha devaluado con sus ataques constantes.
En los negocios familiares, cuando el hombre y la mujer forman parte del mismo, es donde esa lucha puede llegar a niveles insospechados. Los dos se necesitan, pero es uno de ellos quien siempre se brinca las reglas establecidas e invade el campo del otro para demostrar su poderío. El menor de los errores del cónyuge lo hace grande, lo señala, lo da a conocer para sentirse superior, golpea puertas para demostrar su enojo, y finalmente grita para marcar su territorio. Todo ello va en detrimento del negocio, porque el verdadero propósito de éste debería ser no sólo ganar más dinero, sino que los esposos y los hijos tengan una mejor vida. ¿De qué sirve llegar a ser millonario, si en el camino dejamos el amor, la unidad familiar, el buen ejemplo, el respeto, la educación, la espiritualidad y la felicidad que tanto anhelamos en un principio?
En lugar de un negocio grande que nos arrebate los mejores años de nuestra vida, mejor un negocio pequeño que nos permita conservar un hogar donde podamos llegar con gusto, donde podamos volver a soñar, donde podamos dialogar con nuestra pareja, donde podamos descansar. Mejor un empleo o un negocio que nos permita valorar en casa la presencia de nuestros seres queridos, porque la verdadera grandeza no reside en el éxito económico que lleguemos a tener, sino en el éxito de nuestra vida.
¿De qué sirve llegar a la meta solo? ¿De qué sirve haber destruido nuestros sueños e ilusiones por un impulso de ganar más dinero pisoteando y haciendo la vida imposible a nuestra pareja? Un sano equilibrio deberá estar siempre en nuestra mente para no perder esa oportunidad única e irrepetible de alcanzar los objetivos que nos trazamos en un principio. Sorprendámonos cada mañana al despertar y alegrémonos al darnos cuenta que tenemos vida, no nos acostumbremos a ello. Se necesita humildad para reconocer que cada uno ha ido subiendo con la ayuda del otro. El psicólogo polaco Kurt Lewin (1890-1947) dijo un día, refiriéndose a las grandes cualidades de su esposa que lo ayudó a progresar: "Yo he aprendido a ver a lo lejos porque me he subido en hombros de gigantes".
Las parejas felices e inteligentes que desean conservar sano su matrimonio, también discuten, se enojan, ponen sobre la mesa sus diferencias, y finalmente se reconcilian. El secreto radica en reconocer las señales de peligro que indican distanciamiento, y rectificar a tiempo para no caer al precipicio. Lo importante es la forma de afrontar las peleas para que el amor no se agote. En lugar de devaluar, vamos a valorar a nuestra pareja. En lugar de demoler, vamos a construir. ¿De qué sirve haber obtenido títulos universitarios si no fuimos capaces de mantener a flote nuestro barco?
Es inevitable tener disgustos en las relaciones humanas y de pareja, lo que debemos hacer es desarrollar la capacidad y la conciencia de que los conflictos pueden ser enfrentados y solucionados con esfuerzo, con respeto y sobre todo con esperanza, lo cual conduce al crecimiento y a la madurez de las personas. Para lograrlo, es importante pedir ayuda a Dios, imaginar que los años no han transcurrido recordando lo que los unió como pareja, ser flexibles y tolerantes, volver a ser románticos, ser humildes y agradecidos, saber perdonar, y pensar en los hijos que han sufrido mucho al darse cuenta la sucursal del infierno que tienen en casa.
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