HERMANO JOSÉ CERVANTES HERNÁNDEZ
El viernes 7 de septiembre de este año 2012 falleció en la ciudad de Saltillo, Coahuila, nuestro querido y respetado maestro José Cervantes. Profesor de muchas generaciones de alumnos en diferentes partes de la República, trabajó siempre en pos de los ideales de San Juan Bautista de la Salle, patrono fundador de la Orden de los Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Al hermano José lo conocimos como profesor y rector en el Instituto Francés de La Laguna. Yo lo recuerdo subido en una pequeña escalera, escribiendo con gises de colores la vida de San Juan Bautista de la Salle en el pizarrón que se encontraba en los viejos patios del Instituto a un lado de la emblemática campana. Yo era en ese entonces un adolescente, y me llamó la atención el fervor que ponía en cada frase, en cada palabra. A partir de ese momento, me di cuenta, que a todo lo que hacía, le agregaba un toque de entusiasmo muy especial respaldado siempre por la Divina Providencia.
El profesor Cervantes nos enseñó a superarnos, porque lo vimos aprovechar su tiempo sin descuidar la vocación de maestro. Nos fue jalando hacia arriba para que no nos conformáramos, para que fuésemos mejores hijos de Dios y mejores seres humanos. Estudió incansablemente hasta obtener lo que tanto anhelaba: un doctorado. Y dominó varios idiomas que le fueron abriendo las puertas en un mundo cada vez más globalizado llegando a ocupar en aquel entonces el puesto más importante del Lasallismo en el mundo.
Siempre tuvo una gran facilidad para recordar nombres y apellidos de sus alumnos, sin importar que hubiesen transcurrido 30, 40 ó 50 años desde que les dio clases. Impartió conferencias, escribió libros y creó varios campus dedicados a la educación universitaria. Fue fundador, guía y amigo incondicional de varias instituciones dedicadas a la enseñanza.
Nos enseñó a rezar. En estos momentos revivo mentalmente una bella escena de nuestra adolescencia cuando estudiábamos en el Instituto Francés de la Laguna. En aquellos tiempos -desconozco si sucede lo mismo ahora- cada vez que un Hermano Lasallista entraba al salón para darnos clase, todos nos poníamos de pie al escuchar que se anunciaba la bella oración del "Acordémonos" que dice así: "Acordémonos que estamos en la santa presencia de Dios" Y se respondía: "Adorémosle". Era un momento muy especial que tan sólo duraba unos cuantos minutos en los cuales alimentábamos el espíritu para fortalecerlo. Todo el grupo entrábamos misteriosamente en un mini proceso de reflexión espiritual que nos permitía sentir la poderosa presencia de Dios en nuestra existencia dejando a un lado las travesuras, la violencia del recreo, las distracciones, y los malos pensamientos, convirtiendo al Señor de la Vida en lo más importante que tenemos. ¡Y era muy hermoso hacerlo! Cincuenta y cuatro años después, apenas lo estoy comprendiendo en toda su magnitud…
Nos habló del "sacrificio", concepto olvidado y muchas veces atacado en la actualidad por una sociedad hedonista que se inclina a favor de una vida fácil que no requiere esfuerzo, que no valora el sufrimiento para sacar de él un provecho espiritual. Nos habló del "Hombre nuevo", que con gran fuerza de voluntad, y pidiendo ayuda a Dios, destruye diariamente costumbres equivocadas del pasado. Nos enseñó con su ejemplo que las puertas de nuestra mente deberán estar siempre abiertas para seguir aprendiendo y que el amor de Dios es lo más importante que tenemos en este mundo.
De él escuché por primera vez la hermosa palabra "espiritualidad", y con el tiempo nos dimos cuenta la gran importancia que tiene porque nos fue conduciendo a una fe edificada sobre roca. Nos habló de la evangelización dándonos a entender que esa misión es para siempre, y a muchos nos puso a trabajar en ese inmenso campo apostólico al comprender de inmediato que la mies es mucha y los obreros pocos. Nos motivó para transformarnos y transformar a una civilización tan alejada de Dios, pero insistió en que fuéramos alegres, porque la alegría del cristiano tiene su fundamento bien firme en el sentido de su filiación divina, al saberse hijos de Dios en cualquier circunstancia.
Siempre nos sorprendió con sus razonamientos inteligentes que los expresaba de una manera singular. Cierto día, cuando lo saludé en el Instituto, le pregunté qué planes tenía para el futuro, y me respondió: "Nosotros no hacemos planes, Jacobo, solamente obedecemos". En esos momentos recordé que uno de sus votos es la obediencia. En una de sus conferencias le pregunté qué tanto deberíamos preocuparnos por dejar una huella en este mundo, a lo cual de inmediato me contestó: "Que no te preocupe la huella, Jacobo, preocúpate por el andar". En uno de sus escritos manifestó: "que no le gustaba ser llamado maestro, porque el único Maestro, es Jesucristo".
Cuando nuestra generación cumplió 50 años de haber terminado la preparatoria, lo invitamos para que nos acompañara en los festejos. Ésa fue la última vez que platiqué con él. Al llegar le di el pésame porque acababa de fallecer su hermano. Me contestó "que los cristianos no debemos entristecernos ante la muerte de un ser querido por tratarse del acontecimiento que ilumina la vida". Comprendí al escuchar sus palabras, que la vida se cambia, pero no se pierde, es la llegada a la meta definitiva, es un paso y traslado a la eternidad después de avanzar en esta carrera temporal. Ahora estoy convencido, que la muerte es preciosa estando en gracia de Dios.
A pesar de que lo llegué a ver muy poco, tal vez menos de quince veces desde que terminamos los estudios de preparatoria en el Instituto Francés de La Laguna, el profesor Cervantes se convirtió para mi persona y para muchos compañeros en un verdadero guía espiritual. Con la mente lo íbamos siguiendo cuando nos enterábamos que hacía tal o cual cosa en beneficio del Lasallismo, en auxilio de la niñez y de la juventud de México que tanto lo necesita. Lo íbamos siguiendo recordando sus palabras transformadoras y sus mensajes llenos de entusiasmo.
Hace cuatro meses le envié un correo electrónico donde le decía que estaba bastante preocupado por su salud y que todos los domingos oraba por él. Me contestó que se encontraba en las manos de Dios. Todavía después aceptó ir a Roma a impartir una conferencia.
El Hermano José Cervantes fue siempre fiel a sus principios y a sus valores, jamás claudicó ni se dejó vencer por la adversidad. Me queda muy claro que todo lo que hizo en la vida fue para obtener una mayor gloria de Dios. Le damos gracias al Señor por haberlo conocido y tratado. Fue un guerrero incansable al que se le hizo corto el tiempo para trabajar por Jesucristo. Lo vamos a extrañar mucho, nos ha dolido su partida, deja un vacío difícil de llenar, pero tenemos la seguridad de que las futuras generaciones cosecharán frutos cristianos y nobles con todo lo que fue sembrando a su paso por este mundo. ¡Alabado sea Jesucristo!
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