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Más allá de las palabras

Jacobo Zarzar Gidi

E L E G O Í S M O

El egoísmo se define como "Un inmoderado amor de sí mismo que antepone a todo la conveniencia y el interés propio, incluso en perjuicio de los demás". Se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que todos los males que existen en el mundo son fruto del egoísmo. El adulterio, el alcoholismo, la avaricia, las guerras y las injusticias que realizamos los seres humanos, están siempre motivados por el egoísmo.

El egoísta no sabe lo que significa dar, y menos darse, lo quiere todo para sí mismo y no acepta que haya personas desprendidas. No sabe amar, y como consecuencia ni siquiera se ama a sí mismo. Únicamente se fija en los demás cuando necesita algo de ellos que pueda aprovechar. Se siente el centro del universo y piensa que los demás deben de girar a su alrededor. Curiosamente tampoco sabe recibir algo de la gente, porque lo comprometería a devolver el favor. Busca que las personas le sirvan, pero ha de ser como él quiere, no como los demás pueden; por eso, no existe gratitud en su corazón.

El egoísta repite frecuentemente en voz alta cuáles son los bienes que le pertenecen, y cuáles son las cosas que adquirió "con su dinero"; en cambio, el verdadero servidor de Cristo reconoce que absolutamente nada es de él y que todo es para el Reino de Dios. Acepta gustoso ser únicamente un simple administrador que nada trajo a este mundo y que nada se llevará cuando muera.

El egoísta no se da tiempo para visitar a los ancianos y a los enfermos, porque lo pueden deprimir o contagiar; piensa que es una tontería reconfortar a los presos a quienes considera que todos son culpables por encontrarse recluidos en la cárcel; evita trabajar para la comunidad porque identifica a las personas como ingratas que jamás le darán de ganar algo a cambio. En sus citas es impuntual, pero no pide disculpas cuando llega tarde, interrumpe a los otros cuando hablan y procura imponer su propia voluntad en cualquier discusión que se presente.

El egoísta carece de paciencia y no siente compasión ante el dolor ajeno. Es el causante directo de toda la miseria espiritual que existe en su familia, y ataca constantemente cualquier vestigio de caridad que pueda existir en su cónyuge o en sus hijos. Se ama tanto a sí mismo, que no deja espacio para que nadie más lo ame. Grita y exige todo con prontitud, "porque los que le rodean tienen la obligación de permanecer atentos para servirle". Su soledad es terrible, aunque a veces lo disimule. No puede sonreír, "porque eso significa perder el tiempo", y no sabe disfrutar de la belleza que tiene el universo, "porque eso no produce dividendos".

El egoísmo nos vuelve flojos y autoritarios. Tratamos de obtener lo más valioso que existe en el mundo, con el menor esfuerzo posible y sin perseverar. No sabemos hacer sacrificios para alcanzar las metas que nos hemos propuesto, y sentimos temor por las espinas que lleguemos a encontrar en el camino.

Un esposo egoísta se siente emperador en su propia casa y no mueve un solo dedo para conseguir el bienestar de la misma. Con su actuación equivocada lleva el riesgo de acabar con la solidez de su propio hogar. Por lo contrario, una esposa generosa es aquélla que se pasa la vida al pendiente de todo lo que se pudiese ofrecer, sirviendo al marido, a los hijos, a los nietos, a los yernos y a las nueras, sin pedir nada a cambio. Es aquélla que se encuentra preparada física y mentalmente para auxiliar a toda la familia cuantas veces sea necesario, y aún así le queda tiempo libre para servir a la comunidad. Es la mujer que por sus hijos daría la vida, que desborda sentimientos nobles, que se sacrifica constantemente, que no se queja, que bendice a cada instante y que ofrece a la adversidad su mejor sonrisa.

No podemos ser auténticos discípulos de Cristo, ni tampoco llamar a Jesús "mi Señor", a menos que dejemos morir el egoísmo que anida en nuestro corazón. Si buscamos con desesperación la felicidad y no la encontramos, se debe a que aún tenemos arraigado el egoísmo en nuestra pobre alma. Si comprendiéramos que al hacer felices a los demás, nos hacemos felices a nosotros mismos, todo el panorama cambiaría de la noche a la mañana, porque la mayor felicidad no es tener, recibir, ni ser servido, sino dar, entregarse y amar. El que ama es una persona sana. El que no ama, permanece en las tinieblas del egoísmo.

Parte de nuestro egocentrismo es preocuparnos de lo menos importante, centrándonos en las cosas materiales y exteriores. Jesús nos repite a cada uno lo que dijo en la casa de Lázaro: "Marta, Marta, tú te preocupas y te afanas por tantas cosas y sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada". La parte escogida por María fue la persona misma de Cristo y sus enseñanzas, todo lo demás sólo es aumento de preocupaciones y apuros inútiles que muchas veces no podemos controlar. "Busquemos el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás vendrá por añadidura". (Mateo 6,33). Las cosas de Cristo son aquéllas que verdaderamente importan y que muchas veces no las tomamos en cuenta. Jamás estaremos satisfechos si continuamos buscando con exageración las cosas de este mundo. De ser así, cada vez ambicionaremos más y más, y la competencia con otras personas nos acarreará tristeza, frustración y conflictos.

Para contrarrestar el egoísmo que sentimos, es conveniente recordar algunas palabras de la Madre Teresa de Calcuta (1910-1997): "Pienso que hoy el mundo está de cabeza, y está sufriendo tanto porque hay tan poquito amor en el hogar y en la vida de familia. No tenemos tiempo para nuestros niños, no tenemos tiempo para nuestros semejantes".

"La más terrible pobreza es la soledad y el sentimiento de no ser amado".

"Hay más hambre en el mundo buscando amor y buscando ser apreciado, que por pan".

"Es algo muy triste decidir que tu niño debe morir abortado, para que tú puedas vivir como lo deseas".

"Cada vez que sonríes a alguien, es un acto de amor, un regalo a esa persona".

"No nos sintamos satisfechos sólo por dar dinero. El dinero se puede conseguir, pero ellos necesitan que vuestros corazones los amen. Por lo tanto, derrama tu amor en todos los lugares por donde camines".

"Al final de nuestra vida, no seremos juzgados por cuántos diplomas hemos recibido, o cuánto dinero hemos hecho. Seremos juzgados por: Yo tuve hambre y me diste de comer. Estuve desnudo y me vestiste. No tenía casa y me diste posada".

jacobozarzar@yahoo.com

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