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MUCHAS GRACIAS

Jacobo Zarzar Gidi

Después de la gran cantidad de años que han transcurrido, es importante ser agradecidos con todas y cada una de las personas que de alguna manera nos ayudaron a continuar el camino para seguir avanzando. Agradecidos con aquéllos que nos fueron animando para dar un paso más, que nos fueron empujando con sus palabras llenas de esperanza y sobre todo con su ejemplo. Agradecidos con aquéllos que nos regalaron una sonrisa motivándonos con ella a obtener cosas importantes que siempre habíamos pensado que no estaban a nuestro alcance.

Retrocediendo en el tiempo, agradecido estoy en primer lugar con Dios Nuestro Señor por haberme dado -sin merecerlo- el precioso don de la vida. A la Santísima Virgen María, nuestra Madre del Cielo, le debo su protección en cirugías y enfermedades. Y si me pusiera a hacer cuentas, puedo afirmar que fueron muchas las personas buenas que me ayudaron en cada etapa de mi vida, la mayoría de ellas ya no se encuentran en este mundo.

Agradecido estoy con las religiosas del Colegio Josefino ubicado frente al parque de Ciudad Lerdo, Durango, -donde estudié los tres primeros años de primaria-. De ellas escuché por primera vez hablar de Dios, y de esa manera fueron sembrando la pequeña semilla de la fe que ahora se ha convertido por la Gracia del Señor en un árbol frondoso. En ese lugar -siendo niños- conocí y me hice amigo del que posteriormente se transformaría en sacerdote franciscano. Su nombre es Francisco Nares, que supo encontrar alegría espiritual en la pobreza material siguiendo los pasos de su fundador San Francisco de Asís. Cada vez que lo veo, platicamos de aquellos tiempos, de sus travesuras de niño, y de cuando lo castigaron encerrándolo en sótanos de la iglesia San José.

En esos años, también me hice amigo del que más adelante sería el sacerdote David Estala. Su padre fue jardinero en la huerta de mi padre, y mi madre lo envió al colegio Josefino para que estudiara. Posiblemente allí nació su vocación de servicio a Dios y al prójimo, para después dedicarse por completo a la caridad con los ancianos y los niños que recogió de la calle, todo ello en medio de un gran sufrimiento corporal por los problemas de salud que tenía.

A mi nana Chavelita la recuerdo con cariño; algunas veces me llevó a una cuadra de distancia donde esperábamos el camión del Instituto Francés un vaso de leche de aquella vaca que ordeñábamos en casa. A esta anciana mujer le debo sus cuidados, sus preocupaciones y todas sus angustias, sobre todo cuando me escondió para protegerme al darse cuenta que se había escapado un león del circo.

Al doctor Tomás Alvarado -médico de mi niñez y de mi adolescencia-, le observé siempre su profesionalismo, su diagnóstico certero, su entrega y su servicio. Cada vez que mis padres lo llamaban para que atendiese algún enfermo en la familia, de inmediato acudía en su viejo automóvil hasta nuestra casa en Ciudad Lerdo.

Agradecido estoy con los Hermanos Lasallistas porque siempre tuvieron paciencia y fueron tolerantes con el carácter complicado y rebelde que en la adolescencia se nos fue presentando. Ellos nos enseñaron el camino para seguir nuestro destino. En la preparatoria, el Hermano José López me enseñó a valorar, proteger y amar la naturaleza, cuando me llamó la atención por haber cortado una pequeña hojita de un arbusto. Y del Hermano José Cervantes aprendí lo que significa la palabra espiritualidad, permitiendo con ello que a partir de ese momento, mi vida jamás haya permanecido vacía.

Si hablamos de agradecimiento, no puedo dejar de mencionar a mi padre que nos enseñó a trabajar, y a mi madre que con sus oraciones sacó adelante a todos sus hijos. Nuestra casa olía a pan recién salido del horno, y en el jardín siempre tuvimos la presencia de la mejorana, el orégano, el tomillo, el azafrán y el laurel. De mi hermano Elías aprendí, sin que él dijera una sola palabra, a soportar en silencio el dolor físico en mi cuerpo ofreciéndoselo a Dios Nuestro Señor por alguna causa importante, como pudiera ser la pronta salvación de las ánimas del Purgatorio. A mi hermano José le agradezco que me haya enseñado a buscar la verdad, defendiendo con pasión a todo aquel que haya sido perseguido y despreciado por decirla. A mi hermana Cristina le agradezco el haberme enseñado a ver la vida con optimismo. Y a mi hermana Bedía le agradezco que siempre haya permanecido a nuestro lado en las buenas y en las malas; sus llamadas telefónicas para preguntar cómo me encuentro, han dado fuerte apoyo a mi vida.

A mi primo Bichara lo extraño mucho. Él me enseñó a ver la vida desde un ángulo diferente al que estaba acostumbrado. En sus pláticas llenas de sabiduría, privilegió siempre el optimismo, y varias veces reímos a carcajadas por cosas simples que llenaron de alegría nuestra alma. Yo nunca pensé que se fuera a ir tan pronto de este mundo. Fue muy generoso con su tiempo, y un verdadero maestro de la vida que enriqueció a muchos con tan solo platicar un momento con él.

Agradecido estoy con el licenciado Miguel Ángel Ruelas por haberme invitado hace 33 años a escribir en el periódico El Siglo de Torreón, dándole a mi vida un sentido y un valor que antes no tenía. Mi agradecimiento se extiende a todos y cada uno de esos lectores que domingo a domingo me leen y se han enterado de mis alegrías y de mis sinsabores, de mis dudas y de mis convicciones, de mis silencios y de mis reflexiones, de mis horas de inquietud y también de aquéllas en que percibo una sensación de serenidad, de mis luchas en causas aparentemente perdidas y de la esperanza que conservo como un tesoro en lo más profundo de mi corazón. En repetidas ocasiones usted y yo hemos llorado juntos, yo al escribir y usted cuando me ha leído.

Muy agradecido estoy con el Padre Manuelito -que para muchos y para mi persona, ya es un santo-, por haber sido todo el tiempo un hombre lleno de Dios. Cuando algún feligrés le comentaba el sufrimiento que tenía en su alma por algún problema de familia, el Padre Manuelito lo consolaba diciéndole: "El Señor nos va a ayudar". Un día me invitó a visitar a los presos y en ese momento mi vida dio un giro de ciento ochenta grados. Después lo acompañé a la ciudad de Tijuana donde se celebraba un Congreso de Pastoral Penitenciaria. Allí comprendí que somos muchos los que necesitamos ser liberados de esas cadenas terribles que nos atan y esclavizan, cadenas con eslabones de odio, de vicios y de pecado. En la terrible prisión de Tijuana -llamada El Pueblito-, a donde fui a dar una plática, conocí en la capilla a un sacerdote de la Orden de la Madre Teresa de Calcuta que no puedo olvidar. La gran virtud que descubrí en él fue la humildad.

Agradecido estoy con mi esposa y con mis hijos, que me han acompañado por el duro camino de la vida. Ellos me apoyan, me protegen y me dan fuerzas para seguir adelante, inyectándome todos los días esa fortaleza que necesita el aprendiz de motivador para seguir motivando. Y muy agradecido estoy ahora con mis once nietos que son la alegría de mi vida. Ellos -desde la distancia- me dan energía al sentirme cansado y cuando un destello de melancolía se apodera de mi alma. Diariamente rezo para que el Señor los proteja, les dé larga vida y salud.

Agradecido estoy con todos esos amigos que fui conociendo, muchos de los cuales ya no recuerdo sus nombres, ni sus apellidos, y mucho menos los apodos que otros compañeros les pusieron, pero por un motivo u otro aún permanecen en mi corazón.

Vivos o muertos siguen siendo mis amigos. Cada uno de ellos fue enseñándome algo importante de la vida.

La semana pasada estuve pensando en este tema y llegué a la conclusión de que debería escribirlo cuanto antes, porque es muy triste irnos de este mundo sin demostrar agradecimiento por todas y cada una de las personas que dejaron un rayo de esperanza en nuestra vida, por todos aquellos que nos fueron animando para que no nos derrumbáramos, para que diéramos un paso más, para que tumbáramos los muros que separan y construyéramos puentes que sirvan para unir a las personas, para que sonriéramos más a menudo y no estuviéramos preocupándonos inútilmente por todo aquello que no tiene solución. Ángeles y Arcángeles que fueron impulsándonos hacia la luz al final del camino, que fueron faros resplandecientes en mares turbulentos para que la barca no zozobrara. ¡Que Dios los bendiga a todos!

jacobozarzar@yahoo.com

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