UNA ESPERANZA DE VIDA
Hace veinticinco años -lo recuerdo como si fuera en estos momentos-, inexplicablemente empecé a sentirme muy cansado. No tenía fuerzas suficientes para trabajar. Mi rostro se veía demacrado en el espejo, y el entusiasmo que antes poseía comenzó a derrumbarse. Comprendí que algo muy grave estaba amenazando mi vida y que debía atenderme de inmediato.
Fui a ver al doctor Emilio -médico de todas nuestras confianzas. Me pidió un examen de sangre para saber a ciencia cierta lo que estaba pasando. Cuando le llevé los análisis, después de leerlos, se puso serio y me dijo: "Pélese de inmediato para los Estados Unidos". Comprendí que algo muy grave había visto en el papel.
Razonando el problema, me quedé pensando que ir a los Estados Unidos sin un buen diagnóstico era perder el tiempo, porque no sabemos a cuál especialista buscar. El 27 de julio de 1987 me dirigí a Monterrey con el hematólogo David Gómez Almaguer. Me pidió un nuevo examen de sangre. Cuando lo leyó, me dijo: -Jacobo, tengo una buena y una mala, ¿cuál quieres primero? Le dije temeroso: "Deme primero la mala doctor, para quedarme finalmente con la buena". -"La mala" es que tienes leucemia, y "la buena" es que se trata de un tipo de leucemia que puedes controlar con medicina.
Para comprobar su diagnóstico me hizo una extracción de médula del hueso de la cadera que duele muchísimo -a pesar de que primero me inyectó anestesia local. Sí, estaba en lo correcto, era leucemia de "células peludas", una variedad bastante extraña de leucemia, que padecen muy pocos, y que se llama así porque las células malas de la sangre tienen un pequeño vello que se observa en el microscopio. Me dijo el doctor que muy poca gente la padece y que él tenía cuatro pacientes con la misma enfermedad. Meses después me enteré que esos enfermos se fueron muriendo, -según me dijo- "porque no se atendieron correctamente". El tratamiento a seguir fue una inyección en los brazos, piernas o espalda, cada tercer día de Interferón, una medicina muy cara, que apenas se estaba aplicando en México, y que el Seguro Social no la tenía en su cuadro básico.
A partir de ese momento, mi vida cambió, me convertí de la noche a la mañana en un enfermo más, que debía estar vigilando mi sangre constantemente, inyectándome Interferón, y sin poder dejar de trabajar. Varias veces se me tronaron las venas del brazo porque las tengo muy delgadas y temerosas se esconden cuando la enfermera las busca. Tuve que hacer un viaje en autobús al Seguro Social de la Ciudad de México para pedirles que pusieran el Interferón en el cuadro de medicinas. Era un invierno muy húmedo y yo tenía gripa y tos. Cuando me presenté frente al hematólogo de la Ciudad de México, éste se asombró bastante al verme en el estado físico en que me encontraba y me dijo alarmado: ¿Lo asaltaron? -No doctor, no me asaltaron, he venido a la Capital porque en la ciudad de Torreón somos muchos los que estamos enfermos de leucemia y necesitamos que autoricen en el cuadro básico de medicinas el Interferón. Semanas después me informaron que ya lo habían autorizado. Yo pienso que fue coincidencia, no creo que se haya debido a mi petición. Lo que me alegra es que ahora son muchos los que se benefician de esa medicina, entre los que se encuentran los que padecen "leucemia" y "esclerosis múltiple".
En todas las ocasiones que fui al Seguro Social a que me dieran esa medicina, observé el calvario de muchas madres de familia que también estaban allí acompañando a sus niños enfermos de leucemia. A los pobrecitos les aplicaban varias sesiones de quimioterapia que tenía durísimos efectos secundarios. Les sacaban sangre, les extraían médula del hueso, lloraban, vomitaban, se les caía el cabello, sufrían lo indecible y varios meses después fallecían. Su edad fluctuaba entre los seis y los doce años. La leucemia infantil no tenía compasión de ellos y tampoco de sus padres.
En silencio, varias veces le di gracias a Dios por la variedad de leucemia que me había tocado. Lo hice, al enterarme que existen otras leucemias que atacan a los adultos y que son sumamente agresivas, las cuales únicamente le dan al enfermo de quince a veinte días de vida. Apenas les alcanza el tiempo para ponerse bien con Dios.
Los años fueron transcurriendo, el conteo de glóbulos blancos y de plaquetas permanecían demasiado bajos poniendo en peligro mi vida por alguna infección que se presentara. Siguiendo el consejo que me había dado el doctor Emilio, me fui para Estados Unidos. En La Jolla, California me sometieron a varios medicamentos experimentales. Otra vez los análisis de sangre con las venas tronadas y las dolorosas extracciones de médula para saber qué cantidad de células malas se habían producido en mi cuerpo. Todo el tiempo me acordaba de esos niños que padecían leucemia en Torreón y me decía a mi mismo: "Aguanta, ellos están sufriendo más que tu". Después de varios años, el doctor Alan Saven de la Scripps Clinic, en la Jolla, California, llegó a la conclusión de que necesitaba quitarme el bazo porque estaba funcionando como bodega donde se escondían las células peludas. Me lo extrajeron, y desde hace doce años, sin que se me aplique una sola medicina, conservo, gracias a Dios, los glóbulos blancos y las plaquetas en niveles normales. Estoy en remisión. Con nada le pago al Señor esas horas extra que me ha dejado vivir.
He platicado todo esto, porque muchas de las veces Dios Nuestro Señor permite que se nos presente una enfermedad para que nosotros valoremos la vida y al mismo tiempo sintamos compasión por los que sufren. De lo contrario, tal vez ni siquiera voltearíamos a verlos, mucho menos intentaríamos ayudarlos.
El 25 de septiembre de 1992, mi amigo Carlos Aguirre y Martha su esposa, después de haber padecido el doloroso fallecimiento de su pequeña hija llamada Sofía que enfermó de leucemia, se enteraron que en cuatro años, ningún niño de los que estaban siendo atendidos de leucemia en el Hospital Infantil había podido ser dado de alta, debido principalmente a que sus padres no tenían recursos económicos para costear los tratamientos tan costosos que esa enfermedad requiere. Y así, emprendieron la aventura de fundar junto con otros padres de niños enfermos de leucemia la Asociación Pro Niños con Leucemia de la Laguna, A.C., cuyo objetivo era y es ayudar con los gastos a los padres de esos niños que se atienden en el Hospital Infantil de Torreón. En 1999 inauguran -dentro del Hospital- una sala especial para que esos pequeños pacientes estuviesen mejor atendidos. A esa sala se le puso el nombre de "Sofía", en memoria de quien inspirara a muchas personas realizar ese sueño.
La Asociación, que acaba de cumplir 20 años de vida, continúa ayudando con mucho entusiasmo a esos padres de familia angustiados que no tienen recursos para curar a sus queridos hijos. En la actualidad atienden a nueve niños con tratamiento de quimioterapia y siete más en tratamiento de control, pero los gastos son muy fuertes y los donativos han disminuido por la crisis que estamos padeciendo. Ojalá que podamos ayudarlos con cualquier cantidad por mínima que ésta sea para que no se vean en la necesidad de cerrar definitivamente sus puertas. El teléfono de la Asociación es 722 07 96. También puede usted visitar a esos pequeños en el Hospital Infantil alegrándoles la vida con su presencia y con una amable sonrisa.
Rescatemos a esos niños de las garras de la muerte y aprendamos de ellos tantas cosas que los cristianos damos por sabidas con demasiada frecuencia, como, por ejemplo, rezar bien el Padrenuestro, o participar verdaderamente en la Santa Misa, o santificar el trabajo de cada día, o ver en las personas que nos rodean almas que se deben salvar…
jacobozarzar@yahoo.com