"Los políticos son siempre lo mismo: prometen
Construir un puente aunque no haya río".
Nikita Jruschov
"Las grandes promesas son
Siempre muy sospechosas".
Juan Eusebio Nieremberg
2012: año de elecciones en México: hacia diciembre estrenaremos Presidente de la República y tendremos nuevos inquilinos en ambas cámaras. De aquí a finales de junio todo versará alrededor de la política y quienes en ella participan; prepárate, querido lector, para el desgaste y hartazgo que suponen miles de horas de spots, calles tapizadas por espectaculares, desplegados en la prensa nacional, suspirantes que recorren el territorio -de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, a lo largo y a lo ancho y viceversa- a las conversaciones de tus amigos y familia respecto al particular, y a los comentarios y opiniones monotemáticas de personas como yo.
Fuera todo romanticismo y sueños guajiros en otro sentido, el fin de un político es ganar las elecciones y ocupar cotos y espacios de poder. Para desgracia de algunos vivimos en un régimen democrático, por ende, es a través del voto y el favor popular la única forma viable de conseguir el acceso a dichos espacios, con la excepción de aquellos que llegan por la cuestionable vía plurinominal. En aras de congraciarse y obtener nuestra confianza y respaldo, los hombres y mujeres que aspiran a "servir" a la Patria, buscarán en el arcón de las frases bonitas todas aquellas que saben que nos gusta escuchar; así que sugiero que eches mano de la paciencia y otras tantas virtudes teresianas que te ayuden a asimilar y a aguantar la retahíla de promesas y buenas intenciones a las que serás sometido por los siguientes seis larguísimos e interminables meses.
En cierto sentido, la política y el futbol en México guardan ciertas similitudes. Cuando la Selección Nacional participa en una Copa del Mundo, en los mexicanos aflora el deseo de verlos coronarse campeones y, como cada cuatro años, depositamos toda nuestra confianza y expectativas en ellos, creemos en sus intenciones y en dichos referentes a traer a nuestro país la copa; los elevamos al rango de héroes, se convierten en dioses que encarnan todas y cada una de las virtudes terrenales. A la hora de ser eliminados, nos pasamos días de congoja y tristeza, de desilusión. "Son una sarta de imbéciles, incompetentes, nos hicieron quedar mal como siempre", decimos al unísono. Lo mismo acontece en la política: cada seis años se renueva la esperanza por encontrar al hombre o mujer que englobe todas aquellas cualidades que hagan posible -de una vez por todas- la entrada del país a la senda del progreso y el cambio. No nos cansamos de afirmar y creer ciegamente "que sutano o perengano transformarán a México en seis años: vas a ver cómo mi candidato resuelve los problemas del país en un santiamén", nos escuchamos decir. "Perenganito será un gran legislador, está profundamente vinculado con la problemática de su distrito y las necesidades más apremiantes de la población", repetimos hasta el cansancio. Por otra parte, la experiencia previa nos hace dudar. Al final, generalmente terminamos decepcionados pues o fueron incapaces de cumplir con lo prometido o sencillamente no estuvieron a la altura de nuestras expectativas.
No sé tú, pero yo desde que tengo uso de razón, he escuchado de los políticos una serie de buena intenciones que generalmente se quedan en eso. También conozco la cantaleta de pretextos que a posteriori utilizan para justificar el fracaso; cada seis años se repite el ciclo. Abatir la pobreza, combatir a la corrupción y extirparla de raíz, un sistema educativo integral, crecimiento sostenido, reducir las desigualdades, fomento de bienes y servicios de calidad, promoción del turismo, generación de empleo, atención a las comunidades indígenas, que la droga no llegue a nuestros hijos, disminución del índice delictivo, equidad y justicia, progreso, dignificación del servicio público, menor inflación, un sistema de salud universal, computación, inglés y Ipad's para todos. ¿Te suena familiar? ¿Acaso no lo has escuchado a lo largo de toda tu vida? Los candidatos cambian, y sin importar el partido político, la canción no ha variado gran cosa. "La misma gata, pero revolcada", se dice coloquialmente hablando.
Aquí no negamos la larga lista de aciertos, casos de éxitos y victorias a lo largo de la historia: es innegable que México ha tenido grandes y eficaces políticos cuyo legado es una realidad tangible. La bronca, lo que impide el verdadero progreso del país, son los intereses particulares o de grupo.
Cada uno de los hoy candidatos a la Presidencia de la República ha prometido hasta el cansancio transformar al país; lo que ninguno admite es que una gran parte de las acciones que lo harán posible dependerán, en gran medida, de la capacidad que el gobierno tenga de negociar con la oposición. Si un partido no cuenta con mayoría en las Cámaras, difícilmente se pueden tomar decisiones trascendentales que sean catalizadoras de un cambio verdadero. Si algo ha caracterizado a las legislaturas de doce años a la fecha, es su incapacidad de ponerse de acuerdo y sacar adelante las reformas. Para muestra la designación de los consejeros del IFE: elegirlos les tomó a nuestros flamantes legisladores más de un año. Nuestros representantes han dado muestras de sobra de que antes del interés nacional se privilegia el de grupo.
Es por lo anterior que a ninguno de los candidatos les creo ciegamente. Quedo a la espera -al igual que seguramente quedarás tú- de que me digan cómo le harán para conseguir la venia de sus contrapartes y poder tomar todas aquellas decisiones largamente postergadas sin las cuales, la verdadera transformación de México, seguirá siendo un sueño. La existencia de tantas ideologías y diversidad de corrientes poco nos ha beneficiado hasta ahora: mucho ruido y pocas nueces, creo yo.
En el futbol, como en la política, hay que jugar en equipo si se busca ganar. Por desgracia, a la inmensa mayoría de nuestros políticos pareciera no interesarles mucho el hacerlo. He ahí la mayor de las desgracias.