Medio siglo rodando
El pasado 12 de julio los Rolling Stones cumplieron 50 años de carrera ininterrupida y son oficialmente el grupo de rock con más años activo sobre la tierra. En 2006 estuvieron en nuestro país, y no está de más recordar esos momentos.
No siempre puedes tener lo que deseas, es cierto. Pero tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe y aquí se rompió uno el domingo 26 de febrero, en el Foro Sol. Del jarrito los pedazos: The Rolling Stones en concierto, nada más que decir.
Llegó por fin el día y hacia el Foro Sol corrimos presurosos, llevando, de tanto correr, los zapatos rotos. La espera crecía. En el foro, sobre las gradas, algunos hacían la ola, otros disfrutaban del oleaje y unos cuantos simplemente metían los pies en el agua de la impaciencia. A las nueve, por fin, se apagaron las luces y los ingleses saltaron a las tablas con Jumpin’ Jack Flash, frente a un público atónito (padres, hijos, nietos) que no acertaba entre tomar fotos con el celular, bailar, cantar o escuchar con la debida devoción. Arriba, entre la pirotecnia, cuatro abuelos daban cátedra; abajo, algunos tratábamos de entender por qué la zarza ardía sin consumirse. Y no fue una lección tranquila; nada de consejos susurrados desde una mecedora. No, allí habló una pedagogía de esas que con sangre se internan, de trifulca acústica, de asalto con Telecaster y de cicatrices profundas en la discografía. Que nadie subestime a los abuelos, no están en el asilo.
El sonido fue impecable desde el principio: las guitarras de Richards y Wood siempre en su lugar, la voz de Jagger nítida y afinada a pesar de las cabriolas. En la batería, Watts marcaba dónde y cuándo. “¿Qué onda México?”, soltó Mick en español terminando la primera rola, “hace ocho años que estuvimos aquí, los extrañamos mucho”. De inmediato comenzaron con It’s Only Rock ‘n Roll (But I Like It), que resultó ser una de las más coreadas por el respetable. Visiblemente emocionado, Jagger no dudó en declararse: “Es muy chido estar aquí”. Así, con flirteos en espanglish, se fueron sucediendo las canciones: Rain Fall Down, Midnight Rambler. El glamour del líder se tradujo en algunos cambios de ropa; del saco negro con lentejuelas a la playera de la selección mexicana de fútbol, de la roja camisa desfajada al luto riguroso. Richards y Wood, por su parte, zigzagueaban: Les Paul, Telecaster, Stratocaster, Sheraton. Algunos acordes del disco nuevo, A Bigger Bang, vinieron a mezclarse con viejos temas como Angie. Tras la banda, una pantalla enorme reproducía imágenes en blanco y negro, hacía clósops de las manos de Richards, o perseguía a Jagger en sus intentos por batirle el récord a Ana Guevara. De vez en cuando, una enorme boca tiraba lengüetazos al público en un indiscriminado gesto de democrático placer digital. Los músicos de apoyo fueron sumándose con cada canción, presentados por el cantante: “En el beis” Darryl Jones, Chuck Leavell “en los teclados” y, al fondo, una breve sección de metales. Especial atención mereció Lisa Fischer, “en los coros”, por su participación en Gimme Shelter: por su voz retembló en sus centros la Tierra.
Tras Tumbling Dice, 65 mil asistentes, 1,200 policías y 500 acomodadores estaban ya en la bolsa de Mick Jagger. Dos canciones cantadas por Richards, This Place is Empty y Happy, le sirvieron al público para regresar a su esquina a tomar aire y escupir en la cubeta, pero la pelea estaba ya perdida. Cling, cling, sale Jagger de nuevo, buscando el nocaut: Honky Tonk Woman, Start Me Up y Brown Sugar y a la pobre de Rosita nomás tres tiros le dieron. Rosita, reconociendo que algo de placer hay también en el dolor, pidió las últimas dos: así llegaron las inevitables You Can’t Always Get What You Want y Satisfaction, himnos transgeneracionales que le echaron llave al concierto. Después, en dos Suburban que los esperaban tras el escenario, salieron las leyendas para regresar quién sabe cuándo.
No siempre puedes tener lo que deseas, es cierto. Pero a veces sí.
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