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México: el triunfo de la violencia

ARNOLDO KRAUS

La violencia no requiere explicaciones. No busca justificaciones. No informa las razones por las cuales se da. Es sorda e inmune a las normas que rigen a la opinión pública. Sus causas difieren. Los motivos individuales, golpear a otra persona o acosar a la pareja, poco tienen que ver con las causas comunitarias o nacionales.

Cuando la violencia nacional se convierte en modus vivendi, cuando se incrementa sin cesar y cuando no se atisban soluciones, como sucede en México, es correcto hablar de epidemia, de la violencia como epidemia. Todas las epidemias atemorizan. La del Sida y la de la tuberculosis merman la vida del Continente Africano. La del fanatismo religioso golpea a muchos países árabes e incomoda a librepensadores. La de los políticos ineptos hunde a la mayor parte de las naciones. La de la corrupción es endémica en Latinoamérica y en África. La de los banqueros ladrones recorre a naciones otrora modelo como Islandia y continúa diseminándose. La de la amoralidad engloba a celebérrimos políticos como Berlusconi, Putin o Netanyahu y a la Iglesia católica, que sigue sin aceptar el condón. La de México, la de los incontables muertos cuyos cadáveres sepultan esperanza y siembran desasosiego.

México es nación líder en violencia. Infames y groseras resultan las palabras de nuestros funcionarios cuando explican que la violencia sólo se concentra en cinco o seis estados, cuando ufanos demuestran su disminución en Ciudad Juárez y cuando espetan e intentan demostrar que la violencia es mucho mayor en Centroamérica o en Brasil, para alimentar su alharaca nacionalista y así acusar a los informadores de falta de nacionalismo. Infames y groseras resultan sus palabras. Parecería que los muertos salvadoreños explican las razones de nuestros muertos; parecería que los cadáveres guatemaltecos justifican las razones por las cuales 60 mil muertos en este sexenio no son tantos, sino los necesarios para justificar las políticas actuales y así salvar a México de lo que sigue. Es decir, de más violencia, de más muertos, de más miseria, de más personas buscando sustento en los semáforos, de más desempleo o algo que parece empleo pero no se remunera como empleo.

Es tal la epidemia de violencia y tal su necesidad que México ya no sería el México diseñado por los políticos sin la presencia de ella. Y no es que guste la violencia, pero, así como otras adicciones, la del tabaco o la de la impunidad, cada vez es más necesaria, sobre todo si no hay interés en detenerla o disminuirla.

No en balde encabezamos, o estamos por lograrlo, la lista mundial de periodistas asesinados. No en balde "alguien" incordia a Francisco Toledo, figura emblemática e indispensable en la vida de Oaxaca y de la nación, no sólo por su magistral arte, sino por su infatigable y admirable compromiso por los derechos humanos y por cuidar la salud y viabilidad de Oaxaca. Tampoco por azar gobierno y grupos asociados han expulsado al padre Alejandro Solalinde, fundador, en Ciudad Ixtepec, Oaxaca, del albergue Hermanos en el Camino, dedicado a ayudar y proteger a inmigrantes centroamericanos, cuyo destino, hacia Estados Unidos, se interrumpe por lo peor de lo peor. "En Oaxaca, explica Solalinde, hay una colusión cobarde de la delincuencia organizada con corporaciones policiacas y funcionarios corruptos", es decir, la crema y nata unidas ad náuseam y fundidas hasta el último resquicio. Es inútil preguntar ¿donde empieza una acaba otra?: son lo mismo.

En México la epidemia de violencia crece sin cesar. El problema es la violencia cotidiana. La de hoy, la de ayer, la que nos rodea y nos consume desde hace varios años. Ese brete es brutal y ha causado enormes daños. En nuestro país el pasado no es pasado. Es presente y es un negro futuro. Ése es el verdadero embrollo: el pasado nos acompaña, rige nuestro destino y nos retrata, con sus periodistas asesinados, con sus ciudadanos colgados en los puentes peatonales, con sus sin-papeles, vejados y torturados, con las mujeres violadas, con la incapacidad de los sistemas judiciales para ejercer justicia, y con la desesperanza que agobia a la nación.

Vivimos sumidos en una espiral de violencia. La preocupación fundamental de la inmensa mayoría de los mexicanos es la violencia. Los gobiernos, todos, han fallado. Mientras no exista un acuerdo entre gobierno y promotores de la violencia y entre promotores de la violencia y gobierno, ésta seguirá. El reto es deslindar quién es quién.

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