Tanto dale y dale con que "retiemble en sus centros la tierra" que parece que al fin nos oyó y ahora tiembla y retiembla cada rato. Nunca es más grande la sensación de desamparo que cuando el piso se mueve, ondean los muros y las lámparas como trapecios se mecen sobre nuestras cabezas. Cuando la tierra se reacomoda nunca se sabe cuánto durará el movimiento y ni para dónde hacerse. Uno se convierte en un animal amenazado y sólo cuando todo vuelve a aquietarse, con la sangre todavía congelada, comenzamos a juntar las piezas: Mamá ¿cómo estás? Dónde, cómo están nuestros hijos, los amigos… ¿Tenemos luz? ¿Funciona el teléfono? ¿Y la ciudad, los puentes…? Para quienes vivimos el pánico, el horror, la desesperación de los rescates, la rabia, la impotencia, y como única esperanza la solidaridad de la gente. Para quienes vimos casas y edificios convertidos en tumba de cascajo y hierros retorcidos y respiramos el polvo y el humo que flotaban como después de un bombardeo. Para quienes presenciamos la destrucción y muerte que sembraron en esta capital los sismos del 19 y 20 de septiembre del 85: "Nada, nadie" (Elena Poniatowska edit. Era) volvería a ser igual.
Es innegable que algo aprendimos de tan dolorosa experiencia. A partir de entonces contamos con alarmas sísmicas (que nunca he escuchado) se impulsó la educación para la prevención de sismos, eventualmente se realizan simulacros, y en los edificios públicos como hoteles y escuelas están expuestas siempre las instrucciones a seguir: "No corras, no empujes, no grites". Desgraciadamente la conducta es producto de una educación larga y sostenida. Cuando eso no existe y la adversidad nos fuerza, sólo cambiamos momentáneamente. "México sigue en pie" fue la frase con la que en aquel momento, el entonces presidente Miguel de la Madrid intentó levantarnos el ánimo. Pasaron los años, las heridas cicatrizaron y México no sólo sigue en pie sino que se ha multiplicado. Ahora en esta capital se levantan soberbios y sofisticados desarrollos como Santa Fe (todo un reto a la permanente amenaza sísmica que se cierne sobre esta capital) que ubicado sobre un relleno sanitario, hoy alberga corporativos internacionales, hoteles y lujosos condominios equipados con canchas de tenis, gimnasios y piscinas; pero carece de agua; porque el oxígeno, el espacio, la vialidad y por supuesto el agua de que disponemos, son insuficientes para cubrir las necesidades de esta capital.
Hoy contamos con dobles y triples pisos de periférico a unas alturas de vértigo que hacen que uno se pregunte cómo es posible manejar por ahí sin licencia de aviador. Construida sobre un subsuelo lacustre "Guadalajara en un llano México en una laguna" con una población de veinte millones, cinco millones de autos y un imparable y caótico crecimiento. Todos los días aparecen puentes nuevos, pasos a desnivel, fraccionamientos, edificios tan grandes como pequeñas ciudades, las casas trepan por los cerros y crecen como hongos en el fondo de las barrancas.
El hacinamiento es infrahumano (como lo es cualquiera que rebase los tres millones de habitantes). Sin un plan integral de desarrollo y una corrupción que (en la industria de la construcción alcanza niveles inimaginables) ha hecho posible el caos urbano que padecemos, esta capital ofrece las condiciones ideales para que un desastre natural de cualquier tipo alcance dimensiones catastróficas.
Hace muchos años un regente visionario llamado Ernesto P. Uruchurtu; el Regente de Hierro le llamaban por la firmeza con que se desempeñó durante tres sexenios; advirtió que se debía desalentar el crecimiento de esta capital. Que era necesario descentralizarla porque de otra manera estaría condenada al colapso. ¿Y qué pasó? Que cualquier proyecto de descentralizar fracasa porque todo mundo quiere estar aquí, cerca del poder. Cualquier poder. El económico, el eclesiástico, el cultural, y desde luego el político. Nomás les digo que hasta los gobernadores de los Estados tiene sus casas por acá. Acá la Secretaría de Pesca, acá la de Marina y la de Minería. Estamos esperando que en vez de más de lo mismo, alguno de los candidatos imagine siquiera un plan factible de descentralización para esta capital y de desarrollo para nuestra provincia tan rica y despoblada como Chiapas o Nayarit.
No quiero ser catastrofista, pero de seguir el alucinante crecimiento de esta capital, será mejor que como dijo Pablo Neruda: "Pongamos de una vez, relojes/ platos, copas talladas por el frío/ en un saco/ y llevemos al mar nuestros tesoros/ que se derrumben nuestras posesiones/ en un solo alarmante quebradero/ que suene como un río lo que se quiebra/ y que el mar reconstruya/ con su largo trabajo de mareas/ tantas cosas inútiles/ que nadie rompe/ pero se rompieron.
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