Seattle.- El Océano Pacífico, disfrazado, entra a esta ciudad del noroeste norteamericano, vecina de Vancouver en Canadá. El mar ocupa los ríos y éstos tardan en despojarse del sabor salado.
Leo, rumbo a una conferencia que daré en la vecina Universidad de Puget Sound, un libro argumentativo: Why nations fail (Por qué caen las naciones) de los economistas James Robinson y Daron Acemoglu, ambos enseñantes en el gran conjunto educativo de Harvard - M.I.T. El argumento de los autores es que existen dos tipos de sociedad. Unas son sociedades "extractivas" que concentran el poder en pocas manos y crean instituciones con el objeto de proteger ese poder minoritario. Son sociedades excluyentes en oposición a las sociedades incluyentes que extienden los derechos de propiedad, admiten nuevas tecnologías y se recrean "matando" lo antiguo y admitiendo lo nuevo.
Los regímenes de Occidente y Japón son sociedades incluyentes. Los regímenes de economía subdesarrollada tienden a ser extractivos. China propone un problema para los autores. Es un régimen autoritario con economía de mercado. Según Robinson y Acemoglu, semejante contradicción es insostenible a largo plazo. China sólo seguirá creciendo si da lugar a una economía incluyente --cosa difícil de imaginar por el momento--. Pero el Occidente, advierten los autores, se ha significado por apoyar a regímenes autoritarios a nombre de la seguridad occidental. Demasiado bien lo sabemos los latinoamericanos. El gobierno más progresista del siglo XX en los EE.UU., el Nuevo Trato respetó el cambio democrático más revolucionario en Colombia y Chile, en Brasil y México. Pero apoyó también --o toleró-- las dictaduras militares del Caribe y Centroamérica. O como famosamente dijese Roosevelt, "Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta".
Washington ha ofrecido sostén a regímenes autoritarios en África y el Medio Oriente. Pero a medida que las naciones de esa región evolucionan, también debe cambiar la política de los EE.UU. Los autores del libro alegan que, en Egipto, Washington no debe apoyar a los militares, sino a la sociedad civil emergente que la dictadura de Mubarak no pudo resistir a la revolución informativa de ciudadano a ciudadano, basada en el caso de Facebook, Ipad y otros medios modernos de comunicación intraciudadana. No corresponde, en estas circunstancias, apoyar a los herederos militares de Mubarak, sino a la emergente sociedad civil egipcia, con todas las contradicciones que ella entraña.
Aplico a México las lecciones de este libro y me encuentro con varias contradicciones que le dan a nuestro país su especial perfil. La Colonia mexicana tuvo una economía extractiva y el país independiente a duras penas se libró de los poderes del periodo colonial --el latifundio y la Iglesia-- para consagrar los del periodo moderno, la democracia y la libre propiedad. Sólo que ésta, sin los retenes tradicionales de la era colonial, pronto derivó al latifundio basado en la libre tenencia de la tierra y aparejada a la dictadura política de Porfirio Díaz.
La Revolución Mexicana quiso darle razón por igual a la propiedad privada y a la propiedad colectiva. Sólo que ésta --el ejido-- por ser incanjeable, se fue reduciendo, por herencia familiar, a parcelas mínimas. En tanto que la pequeña propiedad no ejidal pudo crecer a extensiones máximas. Esto ocurrió dentro de una dinámica de crecimiento paradójico, con un partido único que se autodenominó "revolucionario" e "institucional". Esta águila de dos cabezas, que para el observador extranjero es un verdadero rompecabezas, resultó ser el manto perfecto para una economía y una política corporativas como las nuestras. Se mantienen las ficciones revolucionarias porque justifican la base misma del poder. Se invoca la institucionalidad para darle permanencia y dignidad al poder. Se enmascara la realidad de un sistema corporativo con afinidades a las teorías de Gaetano Mosca y a las políticas de Benito Mussolini. Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial, Mussolini era visto como el gobernante paradigmático por buena parte de la élite mexicana gobernante.
Pero antes y después de la guerra, el corporativismo fascista fue suplantado, por así llamarlo, por un corporativismo "democrático" muy similar al sistema económico de los EEUU antes de la ley Sherman de 1890 y del gobierno reformista de Teodoro Roosevelt, ambos impulsores del capitalismo diversificado que el segundo Roosevelt (Franklin) conformó con el Nuevo Trato y que, a pesar de embates tan recientes como los de Bush Jr y ahora Romney, asegura un mínimo de diversidad democrática a la economía norteamericana.
¿Está México dejando atrás el añejo corporativismo empresarial, sindical y político del pasado inmediato? Los desafíos son muy grandes porque, como indica Federico Reyes Heroles, "la mexicana es una sociedad que difícilmente se organiza". La contradicción reside en el ánimo urbano que, pastoralmente, ve en un campo --mítico a estas alturas-- el signo de la salud: vienen a la mente las películas de Emilio Fernández --Flor silvestre, María Candelaria, Maclovia, Río escondido-- en las que la salud está en el apego a la tierra. Viene a la mente el libro de John Womack, Zapata y la Revolución Mexicana, que es un canto a la verdad de la tierra. Vienen a la mente todos los altos colectivos --Reforma Agraria, Nacionalización del petróleo-- que consuelan al individualismo mexicano, aunque lo contradigan.
Creo que estamos en este cruce de caminos. El país crece y crecen sus contradicciones. La clase media es más o menos la mayoría de México, pero las instituciones públicas no corresponden aún a este hecho. Con todo y reformas, son aún remanentes de la larga época "revolucionaria".
Adecuar las instituciones a un país determinado a ser individualista pero con larga voluntad colectiva. Tremendo desafío, de solución invisible en el futuro inmediato.