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Miedo clásico

Films de cajón

El resplandor, 1980.

El resplandor, 1980.

Fernando Ramírez Guzmán

El cine de horror, género tenido a menos por la crítica pero uno de los más populares, ha originado un sinnúmero de aportaciones que nutren la nostalgia y remueve temores atávicos de los espectadores. Aquí un recuento de algunas de las cintas más representativas filmadas hasta hace tres décadas.

Para hablar de algunas de las películas consideradas clásicas dentro del cine de terror habría que remitirnos a los orígenes del género. La aparición del expresionismo alemán dentro del séptimo arte en los años veinte, marcó el inicio del miedo en la pantalla grande con filmes como El gabinete del doctor Caligari (Das Kabinett des Doktor Caligari, Robert Wiene, 1919), sobre un trastornado doctor y su fiel sonámbulo, acusados de cometer una serie de asesinatos en un pueblo alemán. O Nosferatu, una sinfonía del horror (Nosferatu, eine symphonie des Grauens, F. W. Murnau, 1922), libérrima aproximación al Drácula de Bram Stoker.

Una década más tarde irrumpieron, cortesía de la productora norteamericana Universal Pictures, las cintas protagonizadas por célebres criaturas: Drácula (Tod Browning, 1931), Frankenstein (James Whale, 1931) y La momia (The Mummy, Karl Freund, 1932), por mencionar tres, a través de las cuales se consagraron actores que se volverían arquetípicos para el género: Bela Lugosi, Boris Karloff y Lon Chaney Jr.

A mediados de la década de los cincuenta, la compañía inglesa Hammer Production, presentó sus propias versiones de películas de monstruos en las que destacó el trabajo interpretativo de Christopher Lee y Peter Cushing, así como del director Terrence Fisher. Estos tres personajes trabajarían juntos en la muy celebrada La maldición de Frankenstein (The Curse of Frankenstein, 1957).

Ya en los sesenta, fue destacable la contribución de Roger Corman, autor de filmes de bajo presupuesto que se inspiró en Edgar Allan Poe para dar forma a versiones muy peculiares de La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960), La fosa y el péndulo (Pit and the Pendulum, 1961) y El cuervo (The Raven, 1963), todas protagonizadas por Vincent Price.

MÁTENME PORQUE ME MUERO

El año de 1968, el de los movimientos juveniles en varias partes del mundo, fue además el momento en que el cine de terror dio un pronunciado giro. La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968), ópera prima del neoyorquino George A. Romero, fincó las estructuras de un género en reconstrucción y provocó que los realizadores exploraran caminos poco frecuentados hasta entonces. Áspero largometraje, con fotografía en blanco y negro, pretensiones de documental y sobriedad expositiva. Romero daba forma a una obra de horror ligada a la realidad, con violencia explícita; condensó además una crítica deliberada a los Estados Unidos de la época. Hizo cine social sin alardear y, lo mejor de todo, sin que se notara a simple vista. De ello ya da prueba la explicación sobre la posible naturaleza de los zombis, debido a la radiación de un satélite artificial.

Por su parte, El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, Roman Polansky, 1968) es uno de los más notables thrillers psicológicos de todos los tiempos y quizá la mejor captura que ha dado el moderno cine de miedo de la paranoia humana. Síntesis perfecta de las obsesiones de Roman Polanski, El bebé de Rosemary provoca el terror más intenso desde la contención y la calma, sin recurrir a la sorpresa, el sobresalto y la imagen de impacto. Más propios del suspenso que del horror, los mecanismos utilizados para perturbarnos son la descripción minuciosa de personajes, la presión atmosférica y un extraordinario control del ritmo narrativo. Con la ayuda del operador de cámara William A. Fraker, el director consigue ese ambiente de terror de dos formas. La película tiene inquietantes secuencias oníricas. Abstractos pero no forzados, macabros pero no escabrosos, y absurdos pero con una lógica interna, esos pasajes letárgicos causan la misma angustia a la protagonista que al público.

En Masacre en Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), Tobe Hooper concilió dos vertientes dentro del género: la violencia física radical y el guiño al falso documental. Además, tuvo el acierto de no mostrar los ensangrentados órganos y partes del cuerpo que siempre quedan fuera de plano. Hooper pretendió dejar constancia del momento, cargado de traumas colectivos producto de los temores propios de la guerra de Vietnam, y se basó en hechos verídicos como lo fueron los crímenes de la familia Manson y del asesino en serie Ed Gein. No hay muertos vivientes ni monstruos, ni seres sobrenaturales; son personas convertidas en asesinos. A decir de Hooper, más allá de la celebridad que alcanza Leatherface como uno de los asesinos seriales más célebres del celuloide, es la familia norteamericana la que atrae la atención.

SEMILLA DEL MAL

Con El exorcista (The Exorcist, 1973) William Friedkin posicionó al cine de terror en un circuito comercial y llamó la atención del espectador hacia el género. Evidentemente, el éxito en torno de esta cinta tuvo consecuencias inmediatas. Nadie podía desaprovechar la ocasión de explotar el filón de un filme que había dado grandes beneficios a la velocidad de vértigo y, lo mejor de todo, era una propuesta con un esquema fácil de imitar. En su mejor trabajo hasta la fecha, el responsable cuidó el fondo y persiguió la inquietud y el escalofrío mediante distintos recursos. Para empezar, encontró la atmósfera adecuada para incomodar al espectador desde el primer momento. Con ayuda del director de fotografía Owen Roizman, dio a las imágenes una sombra de realismo y de tristeza que provocaba una sensación permanente de mal presagio.

Friedkin supo cómo rodearse del mejor talento en los terrenos de efectos especiales, maquillaje y sonido, logrando antológicas secuencias espeluznantes que por sí mismas constituyen un inmejorable mosaico de estampas de horror.

Carrie, extraño presentimiento (Carrie, 1976), significó entre otras cosas el despegue en las carreras no sólo de Brian De Palma, sino del autor de la novela en la que éste se basó: Stephen King. El último tramo del largometraje resulta inquietante; el empleo de elementos narrativos y técnicos como la cámara lenta, encuadres inesperados, pantalla dividida, iluminación de intensiones dramáticas rubricadas con un muy vistoso plano secuencia circular, dieron a la película un acabado efectista y sumamente interesante. Historia de incomprensión, bullying, humillación y venganza, que realiza una severa crítica al conservadurismo y al fanatismo religioso.

Imposible no hablar de La profecía (The Omen, Richard Donner, 1976), que se consolidó como una de las mejores cintas sobre manifestaciones demoniacas de todos los tiempos, sólo detrás de El exorcista. A diferencia de otras producciones, el ambiente opresivo se sustenta en planos generales y con énfasis en encuadres con profundidad de campo. Son notables el guión a cargo de David Seltzer y la brillante banda sonora de Jerry Goldsmith, esta última merecedora de un Óscar.

Cada pieza, cada componente, hasta el más mínimo detalle, fue trabajado artesanal y minuciosamente en El resplandor (The Shining, 1980) por su muy talentoso director, Stanley Kubrick, quien dotó al filme del más alto refinamiento artístico y de su pulcra y solvente impronta. Alejado de evidentes golpes de efecto, El resplandor (basada en un libro de Stephen King, cuya segunda parte se publicará el próximo año) desarrolla un aumento paulatino y gradual de la tensión hasta la parte final. La construcción simétrica de imágenes intensifica el clima opresivo y claustrofóbico. Un guión redondo que plantea la crisis del artista, el lado oscuro del aislamiento y la transición de la cordura a la locura. Genial interpretación de Jack Nicholson y no pocos momentos bendecidos por la experimentación en el ritmo narrativo y el dominio ejemplar de la plataforma técnica al servicio de un riquísimo lenguaje cinematográfico.

Con Halloween (John Carpenter, 1978) el subgénero del slasher cobró notoriedad a pesar de que su manufactura contiene elementos rudimentarios en la estructura; pero es precisamente en ese planteamiento primigenio donde reside la fortaleza de esta película independiente realizada con apenas 325 mil dólares y que recaudó en taquilla 100 millones. La cámara subjetiva con imágenes intencionalmente difusas provoca la tensión del espectador, lo mismo que las sencillas notas de su desquiciante banda sonora. Pocas cintas han dejado una huella tan duradera como ésta y el personaje principal, Michael Myers, se convertiría en uno de los sicópatas más famosos de la pantalla grande.

Finalmente, no se pueden dejar de citar dos aportaciones que Alfred Hitchcock, el mago del suspenso, hizo al cine de terror: Psicosis (Psycho, 1960) y Los pájaros (The Birds, 1963). La primera es todo un compendio de perfección técnica en varios de sus apartados y posee una de las escenas más clásicas del miedo en celuloide: la de la ducha, desde luego. La segunda, de planteamiento complejo y surrealista resuelto con perversión y dominio de las claves del género, aunque ciertamente lejos de las mejores dentro de la abultada filmografía de Hitchcock.

Es indudable que para incluir en su totalidad a las películas imperdibles del cine de terror siempre faltará espacio, pero estas sugerencias pueden servir de elemental base para adentrarse a descubrir el fascinante mundo del horror en el séptimo arte.

Correo-e: ladoscuro73@yahoo.com.mx

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