Siempre he creído, Terry, que tus largas orejas de cocker spaniel eran en verdad alas disfrazadas. Cuando corrías pensaba yo que ibas a levantar el vuelo como un ángel. Porque eso fuiste siempre: un ángel que alegraba mis días y cuidaba mis noches.
Tú me enseñaste, amado perro mío, a ver alas en todos. Son alas de ángel las manos de la mujer amada; las manos pequeñitas de mis nietos, que buscan la mía cuando dan sus primeros pasos; la mano del amigo, y las que me aplauden, bondadosas, en mis presentaciones públicas. Son alas también las manos de quienes con su trabajo hacen que mi vida sea mejor.
Amoroso maestro fuiste tú, Terry. Me enseñaste a ver el amor en todas las criaturas. Hasta -si me perdonas- en los gatos.
¡Hasta mañana!...