Me dijo sencillamente:
-Soy la o.
-Celebro conocerla -le dije sin falsa cortesía-. No conocía yo la o por lo redondo.
-Conmigo tampoco la conocerá -respondió ella- pues, como puede ver, no soy redonda: soy ligeramente oval.
-¡Oh! -exclamé asombrado. Y al ver la o de mi asombro advertí que, en efecto, no era redonda, sino ovalada.
Desde ese día ando desasosegado. Me inquieta no conocer la o por lo redondo, y conocerla sólo por lo oval. Pienso en eso y no puedo menos que decir: "¡Oh!". Y tampoco esa interjección sale redonda.
¡Hasta mañana!...