El cementerio de Ábrego es pequeño y humilde. Tiene la misma humildad y pequeñez de sus muertos.
Me pregunto si los que están ahí todavía están ahí. Pienso en los árboles, que en cada invierno mueren y en cada primavera vuelven a vivir. ¿Acaso el hombre es menos que ellos? Si las hojas que son las que fueron ¿no será igual con la criatura humana?
Sobre la tapia gris de la pared de adobe se ha posado un ave gris y silenciosa. No es dramáticamente negra; es sólo gris, como la tierra del panteón. Yo, que conozco al colibrí del huerto y al pájaro carpintero que clava su clave Morse en el pirul, no conozco a esta ave. Pero ella parece conocerme. Quizás un día me dirá quién soy.
¡Hasta mañana!...
