Ya me imagino, Terry, amado perro mío, la sorpresa que te llevaste cuando al llegar al Cielo y te enteraste de que ahí también hay gatos.
No los quisiste nunca, reconócelo. Y que eso no te cause pena: en tu naturaleza está una perpetua enemistad con los mininos. De joven los perseguías hasta que se subían a un árbol. Tú quedabas abajo, en frustración; les ladrabas con furia. Ellos te dirigían una mirada olímpica, y se tendían en una rama, desdeñosos, a esperar que, cansado de ladrar, te fueras.
Ahora ellos están en el Cielo, y tú también. No los persigues, ni ellos te desdeñan. Están en paz, y son amigos. Ya no viven como perros y gatos, sino como criaturas de Dios. En eso consiste el Cielo, creo: en vivir todos en paz; en portarnos todos como criaturas de Dios.
¡Hasta mañana!...