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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Don Abundio bebe a pequeños sorbos su café en la umbrosa cocina del Potrero. Se habla de las mujeres maltratadas. Y dice el viejo:

-Jamás he maltratado a mi mujer, ni de palabra ni, menos aún, de obra. Hay maridos que le hablan a gritos a su esposa; la reprenden con aspereza ruda, a veces en la presencia de otros; la rebajan y humillan como si fuera cosa de su propiedad. Yo, por varias razones, no hago eso. Primero, porque quiero a mi mujer, y si hay amor no puede haber violencia. Luego, jamás la ofendo porque es la madre de mis hijos, y alguna vez mis hijos me reprocharán el trato que a su madre di. Y la respeto y cuido porque no quiero que el día de mi muerte diga ella en su pensamiento: "-¡Qué bueno que se murió por fin este ca....!".

Doña Rosa, la esposa de don Abundio, está presente. Escucha con una sonrisa las palabras de su marido y le pone la mano sobre el hombro. En ese sencillo gesto hay mil palabras de amor.

¡Hasta mañana!...

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