El Señor hizo a Adán.
Un animalejo que andaba por ahí vio al hombre y dijo con acento despectivo:
-¡Uh! Dos pies nada más. Seguramente no podrá conservar el equilibrio.
El Señor hizo al caballo. Y otra vez el mismo animalejo se burló:
-¡Uh! Nada más cuatro patas. Cuando corra, seguramente se caerá.
Hizo el Señor a la araña. Y otra vez el animalejo, desdeñoso:
-¡Uh! Solamente ocho patas. Lo que tardará en tejer su tela.
La bondad del Señor es infinita, pero su paciencia no. Hizo, pues, un leve movimiento de su mano, y al necio animalillo le salió una pata. Y otra. Y otra. Y otra...
Sólo cuando le salió la centésima pata se dio cuenta el ciempiés de que había metido la pata.
¡Hasta mañana!...