San Virila vio a un niño que lloraba porque no podía alcanzar una manzana que estaba en la más alta rama del árbol.
El frailecito, entonces, se elevó por el aire, llegó hasta donde estaba la manzana y la cortó. Descendió luego y la dio al niño.
Un aldeano que vio aquello le preguntó a Virila:
-¿Por qué no hiciste simplemente que el árbol se inclinara? La cosa habría sido menos complicada.
Respondió él:
-Ese milagro ya lo hizo la Virgen María. ¿Voy a atreverme yo a copiarla?
Entonces el hombre supo que San Virila había hecho dos milagros: uno el de elevarse; el otro el de abatirse, que es todavía mayor milagro.
¡Hasta mañana!...