Celoso dios era Yahvé. No apartaba los ojos de Adán y Eva, sus criaturas, pues quería que el hombre y la mujer se mantuvieran castos y honestos. Sobre todo castos.
Sucedió, sin embargo, que las cosas tomaron su debido curso. Tal es la realidad: Yahvé lo único que hizo fue crear las cosas, y luego ellas tomaron su debido curso. (Hay quienes llaman a eso "evolución").
El Señor había ordenado el curso de las estaciones, y con el invierno llegaron el frío y la neblina. Ambos, la neblina y el frío, son propicios al amor humano. En medio de la bruma no pudo ver Yahvé lo que hacían sus criaturas, y ellas pudieron hacer por fin lo que querían hacer.
Nadie sabe para quién trabaja.
Ni Yahvé.
¡Hasta mañana!...