Sentí mucho la muerte del ingeniero Rogelio Carrillo González, amigo mío de Monterrey.
Nuestra amistad nació a causa de la admiración que ambos sentíamos por John McCormack, el gran tenor de Irlanda. ¡Cuántas veces nos reunimos a escuchar sus viejas grabaciones de arias de ópera y antiguas baladas irlandesas! Con sabiduría y sentimiento -el sentimiento es otra forma de la sabiduría- el ingeniero Carrillo me revelaba los misterios de aquel canto que él conocía bien y yo apenas intuía.
Fue un hombre bueno este buen amigo que se fue. Cuando muy pocos aún hablaban de ecología, él luchó por la preservación de la naturaleza. Amaba las bellezas creadas por Dios, y amaba también las cosas bellas hechas por el hombre.
Envío a su esposa y a sus hijos, a su familia toda, un abrazo lleno de afecto y de recuerdos buenos. Quien tantos recuerdos dejó, y tantos afectos, seguirá siempre con nosotros.
¡Hasta mañana!...