Leí la historia de este hombre que con sus amigos corría para alcanzar un tren en Chicago. En la carrera uno de ellos derribó una mesa con manzanas que vendía afuera de la estación una niñita ciega. Entre todos los que corrían sólo uno se detuvo. Levantó las frutas que habían quedado regadas en el suelo, y le dio a la pequeña ciega un billete de 20 dólares, que cubría el valor de todas las manzanas. Ya se iba cuando la niña lo llamó.
-Perdone, señor -le preguntó tímidamente-. ¿Es usted Jesús?
Yo me pregunto si alguna vez haré algo que motive una pregunta igual. Me conozco muy bien, y sé que no. Lo que sí sé es que todo aquel que hace una obra buena merece que le pregunten eso.
¡Hasta mañana!...