Sopla el aire marceño, y los niños del rancho elevan sus cometas.
Ellos mismos fabrican esos airosos papalotes. Los hacen con varitas de carrizo, papel de china, engrudo y una cola de trapo. Es infalible su ingeniería aeronáutica: los gráciles juguetes siempre suben, y ponen sus colores en la azul transparencia del viento.
Yo me deleito viéndolos. Si tantos años no hubieran puesto en mí tanta necedad haría mi propio papalote e iría con los pequeños a jugar yo también con esa leve mariposa volandera. Sería niño otra vez, y escalaría los hilos del aire hasta llegar al cielo. Pero soy hombre formal. Tan formal que no puedo despegarme de la tierra.
¡Hasta mañana!...