Llegó sin anunciarse y me dijo:
-Soy el callejón sin salida
Confieso que al principio no lo reconocí, pese a que me he visto en muchos callejones sin salida. Le pregunté:
-¿En qué lo puedo servir?
-Estoy cansado ya -me respondió- de que me llamen siempre así: callejón sin salida. Nadie se ha puesto a pensar que soy también callejón sin entrada, al menos por donde no tengo salida.
Al principio no entendí su argumentación, pero luego de considerarla me di cuenta de que era bastante razonable. Le dije, sin embargo, que es muy difícil cambiar las expresiones de la gente, y que además no me gusta meterme en callejones sin salida. Por la cara que puso supe que no le habían gustado mis palabras, y entonces me apresuré a añadir:
-O sin entrada.
¡Hasta mañana!...