Oronda y contundente, la luna llena asoma por el picacho de Las Ánimas.
Tanta es su claridad que se me antoja demasiada presunción. Parece que me está diciendo, vanidosa: "Anda, ve y trae tu libro. Podrás leerlo con mi luz".
Entiendo que la Luna se halla a la misma distancia en la ciudad que aquí. Pero siento que en el campo está más cerca. Si me subo a la azotea de la casa y extiendo el brazo, estoy seguro de que podré tocarla. En vez de eso me dejo envolver por su misterio, ese misterio que hace subir y bajar las aguas de los mares, que hace bajar y subir la savia de los árboles.
¿Pone también el misterioso resplandor mareas en mi sangre? No lo sé. Sin embargo esta noche dejaré sin cortinas los vidrios de mi cuarto, para que entre esta luz y me haga soñar los sueños que más amo: unos que tuve, y otros que no he tenido nunca.
¡Hasta mañana!...