Aquel hombre se puso en oración.
-Señor -invocó a Dios-. Creo en tu divina providencia. Te pido que nunca me falten la casa, el vestido y el sustento.
Le respondió el Señor:
-Haces bien en creer en la providencia divina. Existe de verdad. Es la que alimenta a los gorriones, la que pone sus galas en los lirios del campo. Es la que vestiría y daría pan a todos los hombres si ellos actuaran con justicia. Te bendeciré, pues, con mi providencia. A cambio te pido que seas tú también una providencia para aquellos que no tienen lo que tienes tú.
Entendió el hombre lo que le decía el Señor, y supo que no merecería la providencia divina si no se convertía él mismo en una pequeña providencia humana para su prójimo más necesitado.
¡Hasta mañana!...