-Érase una vez -narró Ben-el-Quzmán-, un hombre que ofendió gravemente a Alá. Abusó con exceso de los dones que en su infinita misericordia dio a los hombres. Mil veces se embriagó; cayó en culpas de gula ante la mesa; hizo el amor a mil mujeres. Alá lo castigó haciéndolo perder la memoria, de modo que lo olvidara todo y no pudiera recordar su goce y su placer.
-¡Pobre infeliz! -se condolió un alumno-. Alá le aplicó el más grave de todos los castigos.
-No, -dijo Quzmán-. Hubo otro hombre que ofendió más gravemente aún a Alá. No disfrutó de ninguno de los dones que en su infinita misericordia hizo Él para los hombres. Jamás bebió una copa; no disfrutó con sus amigos de una buena mesa, y -lo peor- no amó nunca a ninguna mujer. A ese hombre lo castigó Alá con el más grave de todos sus castigos: lo hizo que no pudiera olvidar nada, para que recordara siempre la inútil vida que vivió.
¡Hasta mañana!...