Estas mínimas rosas se llaman de pitiminí.
Hay otras rosas de sonoros títulos: de Alejandría, de Francia, de Castilla, de Jericó... Éstas cuyo nombre se escribe con i poseen el encanto de su fragilidad.
Todas las rosas son frágiles, lo sé, como la vida y la belleza. Son, sin embargo, rosas plenas, rosas mujeres. Las de pitiminí son rosas niñas. Su tamaño es el de la uña de un dedo meñique. Para formar un ramo se necesitarían mil. Estas flores son más pequeñas que la palabra flor.
Por eso no las toco, y casi ni siquiera me atrevo a fijar la vista en ellas. Una sola mirada podría hacer que sus pétalos cayeran. Si escribo aquí su nombre es porque no lo saben. Las buscaré mañana y no estarán ya. Pero no están solas en su fragilidad. Alguna vez ellas me buscarán a mí, y yo ya no estaré.
¡Hasta mañana!...