Una de mis mayores pesadumbres es la de no poder contestar los mensajes que me envían mis lectores. Son tantos que si me diera el placer de responderlos no sólo no podría escribir lo que cada día escribo: tampoco me quedaría tiempo para comer, dormir, viajar y ver a mi mujer, mis hijos y mis nietos. Todo esto no lo digo con jactancia; lo digo a modo de disculpa.
Doy gracias, sin embargo, por cada uno de los correos que recibo. Hoy agradezco especialmente el de un ingeniosísimo señor. El periódico en que me lee publica mi columna "De política y cosas peores", e inmediatamente abajo de ella mi otro artículo, este "Mirador". Y me dice él:
"Con sus columnas me sucede lo mismo que con una mujer hermosa: me entretengo mucho con lo de arriba, pero disfruto más lo de abajo".
¡Cómo me gustan los mensajes que recibo! Me confirman lo que desde hace mucho tiempo sé: que todos mis lectores son más inteligentes que yo.
¡Hasta mañana!...