Llegaron de repente y me dijeron:
-Somos las vestiduras.
-Me da gusto conocerlas -respondí-. ¿En qué puedo servirlas?
-Estamos hartas ya de que nos rasguen -contestaron-. Todo mundo se rasga las vestiduras, y por cualquier motivo. Nos molesta esa constante rasgadura.
-Y ¿qué quieren que haga por ustedes? -pregunté.
-Nada -replicaron ellas-. Se ve usted algo tonto; no creemos que pueda hacer nada por nosotras.
Al oír eso yo me iba a rasgar las vestiduras. Recordé, sin embargo, que ellas estaban hartas ya de ser rasgadas. Así, antes de rasgarme las vestiduras esperé prudentemente a que las vestiduras se marcharan. Sólo entonces me rasgué las vestiduras.
¡Hasta mañana!...