¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando aquel pequeño gorrión cayó del nido en el solar de la casa del Potrero? El gato gris fue hacia él, pero llegaste tú primero y te pusiste entre la fiera y el pajarillo. Ahí te mantuviste, vigilante, hasta que el gato, aburrido, se alejó. Poco después llegó la madre del gorrión, y sin temer nada de ti volvió a poner en el nido a su polluelo.
Pienso que ahora, Terry, en algún lugar que yo no conozco todavía, pero que tú conoces ya, muchos gorriones cantan para ti. Los gatos -algunos han de llegar también a ese lugar- no te han de ver con buenos ojos, claro. Pero tú sabes cómo son los gatos, y de seguro no les haces mucho caso.
Te veo ahora, Terry, con tus largas orejas de hermoso cocker spaniel, parecidas a alas de ángel. Y veo en torno de tu cabeza una aureola de gorriones que te siguen a todas partes y cantan para ti. Cuando llegue el momento, Terry mío, sal a encontrarme, y deja que yo también escuche esa canción.
¡Hasta mañana!...