Cuando John Dee se enamoró nació John Dee.
Antes era hombre de pensamiento, no de vida. Sus días y sus noches se agotaban en abstrusos silogismos sobre abstracciones puras. Construía edificios de razón que luego, olvidados, se desvanecían.
Una mañana vio a una hermosa mujer que lavaba sus pies en el río. El agua, verdosa y turbia, se hacía clara y transparente al pasar por los pies de la joven. Entonces John Dee no pensó en Heráclito. Pensó en la muchacha. Se había enamorado.
Desde entonces fue otro hombre. Más bien, desde entonces fue hombre. Hombre no en el sentido de varón, sino en el sentido humano. Su frialdad de pensador se volvió calidez de hombre pleno. Ahora, cuando pasea con la mujer amada por la orilla del río, el filósofo dice sonriendo:
- Ahí nací.
¡Hasta mañana!...